Que si el mundo digital, la globalización y la crisis. Todo lo que ustedes quieran, pero no pueden negarme que no hay cosa que se parezca más a otra que un agosto de sol y playa. Hasta que llegue una ola de frío polar y acabe con los chiringuitos costeros, estos y las masas de toallas y sombrilla seguirán siendo los reyes de la imagen estival, independientemente de que en años como estos el del chiringuito esté tan tranquilo en su puesto como los veraneantes en las toallas, víctima de eso que en la tele laman “estrecheces de liquidez de los mercados internacionales de crédito”.
Lo sitios a donde al gente se va se llenan, y de donde salen... se vacían. Pasar el puente de agosto en una localidad antiturística, pongamos por ejemplo Elorrio, es una experiencia curiosa. En vacaciones la gente huye buscando el relajo, el silencio , el ocio y olvidarse de las preocupaciones. Uno llega a ese pueblo citado, o a otros, estos días, y no se va a encontrar a nadie. Pero cuando digo nadie tampoco es que exagere mucho. Todo estaba desierto. El Viernes 15 a las 12:30, en la zona de abajo (es lo que tienen los pueblos pequeños, que tienen la plaza, la zona de arriba y la zona de abajo) no había casi nadie. De los seis o siete bares que hay allí estaba abierto uno sólo, y el que haya bares cerrados ya es un claro síntoma de desalojo. Con tres mesas en al terraza, dos de ellas ocupadas y otra abandonada, la imagen de la calle era surrealista. Ni voces, apenas coches, y una tranquilidad que se respiraba. El viernes por la noche me percaté de una filtración de agua que se escapaba de una lonja que hace esquina en esa calle, y el sábado por la noche allí seguía la filtración, síntoma de que en el edifico en cuestión no había nadie, y que los cuatro gatos que habíamos visto el fuga no hicimos nada. En mi propio barrio, aderezado habitualmente por el ruido de las fábricas cercanas, estando como estaban apagadas se podía oír el silencio, palparlo. Ligeras ráfagas de viento frío que azotaban las hojas de los árboles eran la única fuente de sonido que allí se encontraba. No voy a negar que el aspecto general era desolador, casi deprimente, salvo que uno fuese a hacer una cura de relax, que en ese caso el triunfo estaba garantizado. Lo malo de esto es que se genera una especie de círculo vicioso (para que me voy a quedar en el pueblo si no hay nadie y todo está cerrado) y así el desalojo es mayor. Y siempre ha sido así, desde que yo recuerde. Pensaba hace años, sumido en mi candorosa ingenuidad, que llegaría un día en el que los turistas suplirían a los locales, y podríamos explotar nuestros atractivos paisajísticos, culturales y monumentales. En fin, entre la desidia local y el campaña de promoción turística emprendida por los de siempre (véase Málaga ayer) sueños de iluso, porque se veía a algún turista perdido, sí, pero que no podía preguntar a casi nadie, porque a pocos se cruzaban, que se encontraba con todo cerrado (Ayuntamiento, iglesia, etc) y que espero al menos disfrutase del paseo, porque poco más pudieron llegar a descubrir, cuales intrépidos exploradores de un mundo abandonado.
Y en el otro lado, lo de siempre. La omnipresente conexión del telediario con alguna playa abarrotada, mostrando eso de que puede llegar a ser noticia ver bañistas en agosto. Con una crisis galopante, que se ha cargado los atascos de al operación salida y entrada del puente de agosto y ha hecho que los fabricantes de neveras y bolsas térmicas palien su escasez de ventas, por eso de llevarse la comida a la arena y no pagarla fuera. Pero sombrillas, manguitos, ahogos, arena, borracheras y sol, por todas partes. Haya olimpiadas o no, o sea donde sea la guerra de todos los veranos, parece que agosto no cambia nunca.
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