Este pasado Sábado estuve en la playa. Sí, es cierto que como inicio de la temporada de escribiente tras una semana de vacaciones de verano no parece una revelación muy grandiosa, y quizás no lo sea, pero es que el pasado 2007 fui solamente una vez a la playa, y en este 2008 parece que tampoco se van a prodigar mis visitas a los arenales, sean estos del Cantábrico o de cualquier otro mar. Es probable que si Madrid tuviera playa la visitaría más a menudo, y sería un espectáculo digno de verse, pero ya se sabe lo que dice la canción, vaya, vaya.....
Por que la playa es uno de los lugares más curiosos que conozco, en el que se producen cosas extrañas, inimaginables. En este mundo lleno de pudor, seriedad y costumbrismo es en la playa donde uno puede ver las mayores afrentas a todos esos códigos, y consentidas por todos los allí presentes. Los jubilados pasan de vestirse encebollados bajo ropas habitualmente horribles a ir semidesnudos, enseñando todas sus virtudes sin pudor alguno. Que yo sepa es el único lugar en el que uno puede ver libremente pechos de mujer sin pagar a cambio, en el que los niños mean alegremente sin mirar a donde apuntan y en el que las barrigas se caen con más gracia y volumen, pese a la tan cacareada operación bikini, que por lo visto la practican mucho más ellas que nosotros (claro, nosotros siempre vamos en “top less”). Tarde o temprano se hace ese clásico paseo anterior a meterse en el agua, y menos mal que las playas del norte son cortas, sino la caminata se puede convertir en un ejercicio de senderismo de varios kilómetros de duración. Pues bien, en ese paseo se puede ver de todo, principalmente mujeres, pero no deja de asombrarme la estampa de cientos, miles de cuerpos semidesnudos al sol, junto al agua. Me parece una imagen completamente irreal, ajena a lo que estoy acostumbrado, casi diría que falsa. Es cierto que desnudos desnudos no del todo, porque algunos están rebozados por completo en arena, esa deliciosa arena que, condenada ella, se te mete por todas partes, impregna tus ropas y enseres con una fuerza pegamentosa inimaginable, y te acompañará hasta las navidades, momento en el que abrirás los bolsillos de algún pantalón y, como confeti, caerán esos granos que te recuerdan a la playa del verano, los ligues, frustrados o no, y el insoportable calor al que retozaste hace unos pocos meses, pero que parecen perdidos en el oscuro fondo del túnel del tiempo.
Y eso de la playa día tras día..... ¿Cómo es una quincena de vacaciones de sol y playa? ¿Todos los días así? Creo que sólo he tenido una vez en mi vida esa experiencia, pero debía de tener unos diez años y no recuerdo casi nada. Si lo hago hoy en día seguro que me aburro como una ostra (marina), aunque en buena compañía todo el aburrimiento lo es menos. Sin embargo día tras día en este agosto las playas se llenarán de casi idénticos visitantes en cada quincena. ¿Cuánta arena se llevarán en sus bolsillos? ¿Cuál será el último día en el que terminen de quitársela de encima? ¿Ligarán (o no)?
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