martes, agosto 26, 2008

El futuro es de ellos

En medio de un agosto tan lleno de malas noticias, quiero hoy fijarme en dos muy buenas, preciosas, y protagonizadas por niños, esos enanos que no soporto, y que en este caso sí se merecen todo nuestro elogio y admiración. El primero, protagonistas involuntario, se llama Roberto, y ayer fue dado de alta de las heridas que sufrió en el accidente de Spanair del pasado Miércoles 20. Cuando le visitó la semana pasad, el Príncipe Felipe le calificó como héroe. Ahora empieza para Roberto lo más difícil, asimilar lo que ha ocurrido, y es donde va a necesitar más apoyo y comprensión.

De la otra heroína no se su nombre, pero esta lo es por voluntad propia. Es una niña iraquí de trece años, una edad maravillosa, en la que el juego infantil empieza a mezclarse con la juventud en medio de un cóctel físico y emocional maravilloso y, a veces, peligroso. Pues esta niña de trece años llevaba el cóctel mortal consigo misma.
Ayer se entregó a la policía y evitó que el cinturón explosivo que portaba estallase, lo que a buen seguro hubiese provocado una matanza, otra más, de las que sacuden día sí y día también a aquella zona. Además, la niña condujo a la policía a un escondite en el que se preparaban más explosivos, con lo que ella sola ha contribuido a desarticular toda una célula terrorista. Pero lo que es más importante, esa niña ha roto el corsé mental que algún fanático le había impuesto en su cabeza. Desconozco quién es, aunque me encantaría conocerla, no se nada de su más que probablemente triste historia personal, que siente, que reza o que piensa, pero me apuesto lo que sea a que durante años esa niña ha asistido a un curso intensivo de odio, de estupefacción mental, de lavado de cerebro, hasta convertirla en bomba humana, hasta que aceptase su propio sacrificio y la muerte de otras personas, provocada por ella, por la causa de Alá, la liberación de Irak u otra historia similar. Habrá visto varios vídeos de valerosos yihadistas que se han entregado por la causa, que se despiden de sus familiares y amigos antes de explotarse (el término inmolación usado en estas ocasiones me parece moralmente incorrecto) y habrá conocido historias sobre como las familias de esas bombas humanas han recibido un premio económico y un reconocimiento social por parte de aquellos que les han instigado a hacer semejante brutalidad. Esa niña seguramente sabía que traicionar a su causa, a los suyos, era traicionar sus ideales, su fe, y le ponía a ella en el objetivo de los terroristas. Estaba seguramente al tanto de que si fallaba, si no lograba hacerse estallar, sería eliminada por aquellos que le han “instruido” y su vida ya no valdría nada, ni a ojos de los suyos ni de aquellos a los que pretendía matar. Esa niña no tenía escapatoria a su cruel destino, la muerte estaba allí, en medio de su camino, inexorable, y parecía que nada de lo que pudiera hacer iba a evitar su final y, con él, la extensión del sufrimiento mortífero que llevaba adosado a su frágil y aún en desarrollo cuerpo.

Pero, contra todo pronóstico, esa niña se ha liberado, ha roto sus cadenas físicas y mentales, ha dicho NO a la muerte y SÍ a la vida, a la suya y a la de los demás. Su acto es noble, valiente, heroico, y digno de reconocimiento por parte de todo el mundo. La película “Syriana”, muy interesante para ver de forma dramatizada que ocurre en eso que llamamos Oriente Medio y Próximo, muestra de manera acertada el proceso de adoctrinamiento de los fanáticos sobre unos niños indefensos, convertidos finalmente en carne de cañón. Por una vez la realidad tiene un final feliz, cosa que no ocurre en la película. Esa niña, y no Phelps, Bolt, Nadal o cualquier otro deportista, es para mi la heroína de agosto, la auténtica merecedora de una medalla de oro.

1 comentario:

Isabel dijo...

Yo también he pensado en los niños, estos días. Tan a menudo protagonistas de las historias; tan a menudo, sin pretenderlo. Y casi siempre, víctimas de los adultos.
Me voy a dormir pensando en aquel anuncio en el que se sucedían diferentes situaciones, protagonizadas siempre por adultos, tras cuyos pasos aparecía siempre un niño, imitando sus actitudes.
Tremendo: un niño ignorando a una anciana que no puede subir las escaleras del metro; un niño fumando; un niño gritando a un bebé que no deja de llorar; un niño golpeando a su madre...
Ojalá pudiéramos convertir la infancia en una escuela de valores y no en una dura academia de matones deshumanizados.