Recordarán algunos fieles seguidores de este ventana personal al mundo que es mi blog, y no dejaré de admirarles por seguirme cada día, o una vez al año o como deseen, que el pasado 22 de julio hice el primer examen de la Oposición para lograr ser estadístico facultativo, un cuerpo que es gestionado por el INE. Era este el primero de una serie de tres exámenes, que es necesario aprobar en su totalidad y con buena nota para poder acceder a las plazas. Pues ayer, algo antes de lo previsto salió la nota y, qué pena, se cumplieron mis previsiones y he suspendido, por lo que no paso el corto y esta carrera se acaba justo al principio.
Como ya comenté en su momento, hacía mucho tiempo que no me enfrentaba a un examen y, lógicamente, tampoco a un aprobado o a un suspenso. Supongo que la digestión del aprobado es sencilla, pero la del suspenso, pese a su previsibilidad, no deja de ser algo amarga. Motivos para consolarse no faltan, ya que antes de hacer el examen no tenía nada, y nada tengo ahora, y pese a haber realizado u considerable esfuerzo de tiempo y de sacrificio, dado mi estilo de vida tampoco me ha supuesto restricciones muy elevadas. Sin embargo no deja de ser frustrante el presentarse a algo y fracasar en el intento. Ahora en las olimpiadas estamos viendo como, con relativas excepciones, la participación de la delegación española es un absoluto fracaso. Eliminaciones, descalificaciones, alguna injusticia arbitral y errores de bulto están llevando a que el medallero acumulado presente un balance muy pobre, lo que es duro de soportar cuando fue artificialmente inflado por la prensa y las autoridades deportivas, ansiosas ellas las que más de colgarse medallas. ¿Qué excusas ponen los deportistas ante la falta de resultados? Pues las de siempre. Lesiones de última hora, no haberse encontrado bien, desfallecimientos incomprensibles, la mala suerte de siempre, etc. Hay un muy escaso reconocimiento de que uno no ha podido, o que ha fallado. En este aspecto quiero destacar a Marta Domínguez. La palentina corrió el 3.000 obstáculos con ganas, esfuerzo, y en la última valla tropezó y cayó. Se fue al suelo, y sus escasas probabilidades de medalla se esfumaron. Entrevistada al poco, a la pobre le dio un ataque de risa al ver las imágenes de su debacle, quizás por no llorar, asumió que se había equivocado, e intentó quitar hierro al asunto. Pero es una excepción. El resto de los competidores se están mostrando del montón, con un nivel bastante mediocre, y resulta que es Rafael Nadal, la mayor figura deportiva de España en estas olimpiadas (con permiso de Llaneras) la que ha exhibido más modestia, madurez y alegría por el triunfo conseguido. Como antítesis están los jugadores de baloncesto. Encumbrados a lo más salto por toda la prensa y medios del país, se dejaron subir a la ola del elogio y se encontraron allí muy a gusto, hasta que llegaron los americanos y nos dieron un baño de realidad y acabaron con la soberbia barata y de cartón del equipo y de la tropa de mariachis que se lleva los cuartos retransmitiendo sus crónicas o haciendo anuncios publicitarios. Toda una lección moral, que dudo que sea aprendida por la mayor parte de los componentes del circo deportivo nacional, que sólo van a lo suyo.
Bien, se preguntará el lector, y todo esto a que viene, ¿no estábamos hablando de oposiciones y exámenes? Pues sí, pero lo de las olimpiadas se le parece bastante. Quizás con menos entrenamiento del debido y con poca moral, me presenté al examen, y lo vi asequible, y sentía el apoyo de “la grada”, todo ese montón de buenas personas que me han apoyado de una u otra manera durante este tiempo. Y como buen prototipo de español, no he pasado de cuartos, eliminado a la primera ronda, pero como extraño español, reconozco que la culpa y responsabilidad es sólo mía. Yo estaba sólo allí, y yo sólo era el responsable de lo que hiciese, y yo sólo fallé. Así de simple y sencillo. Es duro, pero admitirlo me parece lo más justo y sincero, y buscarse excusas baratas es algo que no me va.
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