Afortunadamente llevábamos bastantes meses en los que no habíamos sufrido un gran ataque por parte de esa red terrorista islamista que llamamos Al Queda, como marca franquicia bajo la que se escudan numerosos grupos de diversa tendencia y procedencia. Sin embargo ayer se rompió la racha. Un ataque cruel, coordinado y masivo, marcas típicas de la casa, asoló el centro de la ciudad india de Bombay, dotada con una población que se acerca a los 20 millones de habitantes, y que ya en 2005 sufrió un ataque similar en su concepción al del 11M. Se estima en 100 los muertos y los heridos pasan del medio millar. Hoteles, estaciones de tren, e incluso un hospital, han sido los objetivos de semejante masacre.
Ha querido la casualidad que Esperanza Aguirre, al presidenta de la Comunidad de Madrid, estuviese en la ciudad en una visita con una delegación de empresarios, y que el hotel en el que se estaban registrando fuera atacado justo en el momento en el que ella y otros miembros de la delegación se encontraran haciendo los trámites en recepción. Afortunadamente parece que no hay nadie herido en ese grupo de viajeros, pero no deja de ser una fortuna que, inmerso en medio de un tiroteo terrorista, salgas indemne, en una situación en la que, sinceramente, no se muy bien que haría yo. Imagínense, está uno frente al mostrador del hotel, en un lugar lejano, probablemente desconocido, y con un cierto estado de agotamiento, y de repente se organiza una “balasera” a diestro y siniestro. Y uno, que no sabe que sucede, quizás se agache al suelo, movido por un instinto de protección, o grite y se ponga a correr llevado por el miedo, y en todo caso corre bastante peligro de que una bala perdida le acabe haciendo una visita indeseable, que esas vacaciones o viaje de negocios se acabe convirtiendo en una pesadilla, o lo que es peor, en las último viaje de su vida. Cuentan algunos testigos que los terroristas buscaban occidentales para secuestrar en los hoteles, especialmente británicos y estadounidenses, pero a la hora de disparar, o lanzar granadas contra la población, creo que no hacían muchos miramientos. La foto que es hoy portada en todos los periódicos nacionales muestra a un policía ayudando a una anciana que abandona lo que parece un vestíbulo de una estación de tren, así lo atestiguan los pies de foto. Ese vestíbulo está lleno de equipajes desperdigados, abandonados a su suerte por viajeros que fueron atacados, y huyeron. Se ven manchas de sangre, de mayor o menor tamaño, por todas partes, síntoma de que alguno de esos ataques fue efectivo, y la escena es, en todo caso, de una crueldad enorme. Imagínese usted el momento del pánico, de la huída desenfrenada, de los gritos de la multitud, que en medio del trajín de la tarde noche india, oye unas explosiones, disparos, no sabe de donde vienen, pero ve que a su alrededor se produce una estampida, y lo lloros y lamentos crecen a medida que los pies corren. El puro miedo descarrilado junto a los andenes. Algo parecido a esas manadas de antílopes que, acosados por los felinos, se atropellan unos a otros camino a una muerte segura. Una escena salvaje, cruel.... pero demasiado humana.
Porque en la estación de Bombay de ayer no eran felinos los que disparaban, no, sino personas, idénticas a las que corrían desesperadas. Fanatizadas, crueles, algunos dirían deshumanizadas, pero se equivocarían. Era un grupo de humanos, como usted lector o yo, los que ayer al mediodía se aprovisionaron de armas, rezaron a su Dios suplicando perdón y mostrándole alabanza y pleitesía, y se encaminaron a su destino, con el objetivo planificado y efectivo de causar el mayor daño posible, y a fe que han tenido éxito en su propósito. Tardaremos en saber como acaban los secuestros que aún a estas horas siguen en la ciudad, pero hoy es Bombay, como lo fueron Madrid, Nueva York, Londres.... el lugar en el que los ojos del mundo se asoman al horror del terrorismo.
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