Ayer por la noche estuve de cena con varios compañeros de trabajo, y nos fuimos a la bardemcilla, restaurante propiedad de la familia Bardem sito en el barrio de Chueca. No deja de ser curioso, e indicativo de muchas de las contradicciones que tiene la vida que, afamados comunistas como son los Bardem y ardientes defensores de los cánones al particular por la compra de algunos artículo de consumo, regenten un establecimiento que gestiona perfectamente la libertad de mercado capitalista y en el que uno se puede comprar hasta la carta, profusamente decorada por una de las componentes menos conocidas de la saga familiar, que es pintora. Ya se sabe, al Dios del marxismo rogando, pero con el mazo liberal dando..... y cobrando.
Pero no quiero derivar el tema de hoy por el lado económico, que dado como está el patio vamos a tener muchas oportunidades para ello, si no cierra el patio uno de estos días, claro. El restaurante tiene forma de L y nosotros estábamos cerca de la esquina interior de la letra, esquina ocupada por una mesa sita justo al lado mío en al que cenaba una pareja que llegó muy poco después de nosotros. Tuvieron que sufrir un poco de presión por mi parte en un momento dado en el que hice alguna foto desde la esquina, pero no les molesté más. Sin embargo creo que su velada no fue placentera del todo. Al menos ella empezó a cenar con una especie de niqui de manga corta (seguro que la prensa tenía un nombre propio, pero disculpen mi oceánica ignorancia por todo ese mundo de la ropa) y acabó con un jersey puesto de cuello gordo y doblado. Por lo poco que pude intuir se lo pasaron bien, pero me da la impresión de que no fue una velada romántica precisamente. Lo curioso es que justo en frente nuestro había otra mesa ocupada por otra pareja que contrastaba algo. Sentados allí cuando nosotros ya entramos, y de edad media algo superior a la pareja antes mencionada, estaban todo el tiempo lanzándose miraditas, carantoñas y besitos. Como estos sí estaban en mi línea de visión, aunque pese a la distancia no podía saber de que narices hablaban, sí percibía lo felices que estaban, felicidad que fue en aumento a medida que degustaban platos y que, como en una fondue de chocolate, se desparramó a los postres. Allí empezaron con los besos en la boca y la devoción mutua, y quién sabe si para aprovechar el momento, y no dejar enfriar una buena oportunidad amorosa, pidieron la cuenta y se marcharon bastante rápido. “Vaya, estos sí que han disfrutado” pensaba yo, mientras la de mi lado ya se había puesto una especie de camisa por encima del niqui. A los pocos minutos llegó otra pareja que volvió a sentarse en la mesa sita en frente nuestro. De una tipología similar a la que se había ido, aunque me pareció que de una edad algo superior, pidieron las copas y los platos y empezaron a comer, y a mirarse y ha hacer carantoñas.... y a la media hora estaban llegando a un estadio de fogosidad parecido al de la primera pareja temperamental.
Yo empezaba a sospechar que esa mesa tenía algún influjo, o que era allí donde se había escenificado el anuncio ese del portal de ligues meetic en el que una pareja cena y uno puede graduar la intensidad de la pasión, desde el 1 de simples e inocentes miradas hasta el 5, en el que los comensales se levantan de al mesa y la escena se funde en negro antes de que vajillas, enseres y demás caigan presa de al incontinencia amorosa. Desde luego nosotros nos lo pasamos bien, pero doy fe de que no fuimos los únicos (ni quizás los que más) de la noche.
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