Hannah mira a la cámara con la típica sonrisa de una niña de su corta edad. Posee además el rostro que uno pudiera esperar de una cría inglesa, regordeta, pecosa, rubia y mofletuda. Apoyada con un aspecto dócil y manso en la columna del dosel de su cama, parece la figura perfecta de una idílica casa de muñecas, una encarnada felicidad, el sueño de muchas de las niñas de su edad que, en otros lugares del mundo, padecen angustias y penalidades sin fin. Sin embargo, como sucede muchas veces, no todo es lo que parece. Hannah está enferma, y quiere morirse.
De manera resumida, a sus trece años padece leucemia, y va a ser sometida a un trasplante de corazón para seguir viva, pero ella lo rechaza. Dice que lleva tiempo sufriendo, pasando angustias y penalidades y, sabiendo que en caso de no ser operada lo más probable es que muera rápidamente, se ha negado a ser intervenida. Entre una esperanza de vida y una certeza de muerte ha escogido lo segundo, a los trece años, no en la flor de la vida, como se suele decir, sino cuando el tallo de esa flor aún está creciendo, y uno no puede ni imaginar como serán los pétalos que adornarán su copa futura. Se ha organizado una polémica al respecto sobre si Hannah tiene derecho a decidir sobre ese asunto o no, si es la tutela de los padres la que prevalece o sobre cómo abordar, en general, un asunto como este. Quizás este caso muestre que eso que llamamos infancia es algo cada vez más pequeño, que esa inocencia con la que muchos vivíamos hasta muy pasados los diez años (y que algunos creo que la mantenemos dada nuestra ingenuidad....) se evapora cada vez antes y, quiéranlo o no, los niños entran a formar parte en el mundo de los adultos cuando no están preparados aún para ello. En este caso, y a la hora de decidir lo que hay que hacer, yo no respetaría la voluntad de Hannah porque, argumento algo maniqueo pero consistente, si ella desea llegar a las 12 de la noche a casa y sus padres se lo impiden, con más razón le van a impedir morirse. No se sí esperaría hasta los 16 o 18 años, pero antes de esa edad no consentiría que una voluntad expresa de suicidio por parte de un menor sea atendida por la sanidad o por la sociedad en su conjunto. Otro asunto es que Hannah o cualquier adolescente se suicide por sus propios medios. Aunque no tiene nada que ver con esto, el caso de este fin de semana en el que un crío de catorce años ha asesinado con una sangre fría propia de Capote (al que no habrá leído, seguramente) a una adolescente que conoció a través del Messenger demuestra lo débiles que son las barreras de la edad de cara a la asunción de responsabilidades y el pago por los hechos realizados. ¿Debe ser ese crío juzgado como adulto, pese a no serlo porque actuó como tal y causó una desgracia “adulta”? ¿Puede un crío decidir sobre su vida libremente, sin que medio imposición superior alguna? A la primera pregunta yo contestaría que sí, y a la segunda que no, pero se que en este asunto hay opiniones muy diversas y contrastadas, y algunas probablemente basadas en experiencias personales, de las que, dados los hechos, afortunadamente carezco.
Lo que más me intriga del asunto de Hannah es el porqué. ¿Por qué quieres morirte? Quizás sufras, te duela mucho lo que sea y te ves débil e impotente, pero la vida es una oportunidad única, que sólo una vez se te ha concedido y (según las creencias de cada uno) sólo una vez disfrutarás, al menos en este mundo. Conocerás personas maravillosas, ángeles caídos del cielo, y otros indeseables, claro. Sufrirás, llorarás, pero también, y sobre todo, reirás, aprenderás, disfrutarás y te conmoverás al ver la enorme belleza y el amor que sin duda rodeará tu vida. ¿Por qué quieres renunciar a todo eso a cambio de morirte? a cambio de nada....
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