Hay sectores que, pese a la que está cayendo, parecen sentirse inmunes a una crisis que se lo lleva todo por delante. Así, las cadenas de comida rápida y las tiendas de descuento ya aparecen como ganadores momentáneos en medio de este panorama. Burguer King y McDonalds presumen de un aumento de beneficios, fruto de sus propias estrategias y de una renta disponible menguante, que hace más atractivo comer por 5 euros, pese a su escasa calidad, que de una manera más apetecible pero por más dinero. Vips ha sacado postres por un euro, para hacer que, pese a todo, el respetable acabe endulzando su comida.
Uno de los artículos cuyas ventas van viento en popa, o al menos así lo publicita quién lo organiza, es la lotería. En épocas de crisis y desesperanza la gente se aferra a la suerte, y así las ventas de primitivas, euromillones y demás sorteos crecen en medio de una ilusión general. Las ventas de la lotería de Navidad también crecen, según dicen hasta un 20% con respecto al año pasado. Mi relación con la lotería es algo ambigua, ya que me gusta como fenómeno, como juego y como mundo de probabilidades, pero no gasto nada en ella, porque como suelo decir, son impuestos voluntarios, y me da la impresión de que ya pagamos unos cuantos de carácter obligatorio. De hecho estas navidades gastaré los mismos cero euros que el año pasado, lo que no impide que haga de mensajero de números, comprando décimos para mi familia y otras personas, pero cuyo importe me será reintegrado en su totalidad. En estos días se pone de moda comprar participaciones, sea del número del trabajo o del colegio de los niños o de la hermandad de los enfermitos menesterosos de San Apapucio de abajo. A todas las ofertas me veo obligado a declinar amablemente, y todo el mundo sale diciendo, “pero compra, imagínate que nos toca a los demás y a ti no”, argumento que también usa mi madre y otros conocidos en cada coyuntura distinta a al suya cambiando el “nos” por el ”les”. Si llevamos este argumento hasta sus últimas consecuencias debiera comprar participaciones en todas partes, porque imagínate que le toca al súper del barrio, a la tienda de antigüedades, al bar, a la cafetería que hay camino a la oficina.... y así hasta el infinito. Y es que además, y ya puestos a que alguien que no voy a ser yo va a recibir el premio, prefiero que le toque al súper del barrio, al bar camino a la oficina, o a mis compañeros de trabajo, mis amigos, etc. Al menos conoceré a alguien feliz porque por fin le ha tocado. En ese caso supongo que alguno me restregaría el décimo, diciendo eso de “ves, como no compraste ahora te jo...” y puede que algo de razón no el faltase, pero cuando uno juega sabe a lo que se arriesga, y cuando no lo hace también, así que sinceramente no me preocupa que caiga el gordo este año en mi oficina, lo prefiero.
Lo malo de estas ilusiones loteras es que, como el viento, si no toca, se van y te dejan frío. De pequeño intentaba ver el sorteo de los “bombos grandes” por la tele, que era la banda sonora de la Navidad, y todavía lo sigue siendo. Cierto es que en un año como este, sin pagas extras en muchos casos, y con las colas del INEM repletas de gente como de números las papeletas, muchos buscarán en los boletos la fortuna que ansiaba Hommer Simpson en ese episodio ya clásico en el que a él también le quitaban la extra de Navidad. A ver si a algún conocido también le llaga la suerte, como si de un ayudante de Santa Claus se tratase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario