A estas horas, amaneciendo en Madrid y pasado el mediodía en Bombay, el ejército indio sigue su asalto al hotel Oberoi con el objeto de liberar a los rehenes secuestrados, al parecer en las plantas 8 y 15, aunque esto es bastante confuso. También lo es el número de rehenes secuestrados y su estado. Parece que hay dos empresarios españoles en el hotel, no retenidos, pero si atrincherados en sus habitaciones sin saber si sus vecinos son terroristas, policías o infortunados sufridores de una pesadilla que ya dura más de un día, y cuyo final promete aún ser largo y complicado.
Dentro de la estrategia terrorista de Al Queda, o grupos islamistas afines, que tanto da, estamos asistiendo a un nuevo escenario, que consiste no sólo en el acto terrorista en sí, sino en un intento de toma de la ciudad. Como en ocasiones anteriores, me llama mucho la atención la juventud, adiestramiento y eficacia coordinada de un montón de personas, decenas según algunas fuentes, que han montado una operación de asalto y derribo terrorista que deja convertidas en vulgares peleas de patio de colegio algunos de los guiones de las películas americanas. Podría decirse que han mostrado una profesionalidad absoluta, aunque esto signifique manchar el concepto de profesional con litros de sangre, pero en esencia es eso lo que estamos viendo. Las imágenes de ayer por la tarde ofrecían el aspecto de una zona de guerra, con vehículos militares por las calles, zonas tomadas y destrozos por todas partes, y los inevitables charcos de sangre sobre suelos marmóreos, destinados al paso de viajantes, personas y enseres, no pensado para ser el lugar donde algunos dejarían su vida en este mundo. Resulta aterrador pensar que un acto como este se ha planificado, como así ha sido, desde hace semanas, meses, a conciencia, con grupos de trabajo y estudio, expertos en armamento, logística, con planos de la ciudad, diseñando líneas de ataque, escapatoria y zonas de resistencia, y todo ello con la idea final de saber que es la muerte lo único que el atentado, aunque esta palabra ya no define con rigor lo que estamos viendo. Muerte de personas inocentes en la calle, en los hoteles, y muerte de los terroristas, encantados de morir, porque para ellos el morir es lo mejor, es la vía de encuentro con su indigna visión de Dios, con su infamia. Ante un pelotón suicida como este, y encima tan bien adiestrado, poco pueden hacer los servicios de seguridad urbanos, la policía y el ejército, a parte de actuar a posteriori, como parece que se está haciendo ahora. Si a esto sumamos el hecho de que Bombay es un monstruo de cerca de veinte millones de habitantes, pese a que el ataque se ha producido en una zona pequeña, junto a la bahía, el caso puede haber sido total. Imaginemos por un momento un comando de asalto yihadista que realiza un ataque similar en una capital europea en temporada navideña. Con las calles llenas de gente, aunque sin comprar mucho por la crisis, van estos desalmados y se ponen a tirar granadas de mano, causando el pánico por todas partes. ¿A que sería una pesadilla? Pues en Bombay siguen sin despertar de este maldito sueño.
Y a todo esto debemos añadir la acusación que realiza el gobierno indio a su eterno enemigo, Pakistán, ese polvorín nuclear asaltado por islamistas cada vez más radiales, de estar detrás de todo esto. India y Pakistán poseen ambas armamento nuclear, se llevan enfrentando sesenta años por la región de Kachemira, y su odio religioso y social es inmenso. Este acto sólo puede contribuir a elevar esa tensión, y pone nuevamente los ojos en el contubernio de Afganistán – Pakistán, un lugar donde me temo se están fraguando no sólo masacres como la que estamos viendo, sino algo mucho más peligroso y grave para la seguridad mundial. Definitivamente, una mala manera de acabar la semana, pero así es la actualidad.
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