En esta semana conoceremos quién es el nuevo presidente norteamericano. Periódicos, radios y televisiones realizan ya despliegues extraordinarios, en lo que se ha convertido en un desembarco en toda la regla sobe Washington DC, ciudad en la que los puestos de prensa con vistas a la Casa Blanca o a otros monumentos nacionales deben estar más que cotizados. Sin duda son las elecciones más importantes después de las nacionales de cada país, dado que hay ciertas cuestiones en las que lo que se decide a orillas del Potomac a veces influye más que cualquier cosa que se diga en Moncloa.
Dado que las elecciones americanas son siempre el primer Martes después del primer Lunes de Noviembre (tradición respetada desde hace más de cien años, qué envidia, lo confieso) suele estar cerca de esa fecha una de las fiestas yanquis más extravagantes y aparentemente carentes de sentido, desde nuestra óptica, como es Halloween. Frente al día de Todos los Santos latino, con sus visitas a los cementerios, puesta de flores en la tumba y recuerdo a los que se han ido, la feita americana aparenta ser una payasada en al que la gente vacía calabazas, poniendo velas dentro, se disfraza de zombi o de otro tipo de personaje terrorífico y, a aparte de lograr caramelos por las casa, se lo pasa bomba asustando al personal en unas fiestas con un toque gótico irremediablemente oscuro y morboso. Como era de esperar, España, país antiamericano donde los haya, ha importado esta fiesta con una fuerza enorme, y este pasado Viernes era casi inevitable ver a gente disfrazada en el metro con caretas de Sacry movie, gorras de bruja o atuendos similares, que no voy a negar que, en lo que respecta al caso femenino, esa decoración lúgubre y mortífera me produce un notable grado de atracción y morbo. Esa noche cené con mi amiga SGG en un restaurante italiano de cadena, y allí estaban los camareros disfrazados de draculines de postín, con capas rojas y negaras, y caras igualmente embadurnadas. Al principio me quedé sin palabras, porque recordé en mi interior una vieja escena en la que nunca creí que iba a ver refutada mi opinión. Cuando estaba en el doctorado, a finales de los noventa, comentó a finales de octubre nuestra compañera ABG que se iba de fiesta de Halloween con unos amigos esa noche del 31. Yo, y otros que estábamos con ella, nos empezamos a reír y a burlarnos de eso de jalogüin, y las chorradas de las calabazas y esas cosas, a lo que ella respondía diciendo que era una excusa como otra cualquiera para irse de juerga, emborracharse si se daba, y en todo caso pasárselo bien con los amiguetes. “Hombre, pues visto así a lo mejor triunfa”, nos quedamos pensativos algunos, sabiendo lo amantes que somos aquí de todo tipo de juergas, que nos permitan evadirnos y de paso sirvan de excusa para llegar tarde a casa y al trabajo al día siguiente. Hoy en día mi amiga ABG trabaja en EE.UU., donde sin duda habrá celebrado el jalogüin por todo lo alto, mientras que en España, siguiendo aquel vaticinio, empieza ya a ser comparable la tropa de juerguistas que llegan a casa con los albores del 1 de Noviembre con la de los que salen de ella camino de los cementerios.
Se aprovecha esa noche de muertos para, en los años electorales, hacer un recuento de que candidato ha vendido más máscaras y así elaborar una encuesta oficiosa, a la que tan aficionados son los americanos. Parece que, como en otros campos, Obama gana a McCain, pero dicen las malas lenguas que la triunfadora enmascarada de la noche ha sido Sarah Palin, con su moño y sus gafas de diseño. Será por eso de que si te cruzas con un zombi es útil saber descuartizar un alce, y en su caso rematar al medio muerto del todo. Visto lo visto, Obama esa noche se llevó muchos caramelos y McCain.... las calabazas.
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