Los tres días que he estado de vacaciones en Elorrio han sido interesantes. Paseos, muchas y preciosas estampas otoñales, que espero haber reflejado al menos en alguna foto decente de entre todas las que he sacado, una cena con amigos de esas que duran hasta las tantas y te lo pasas muy bien, y en general, un poco de relax y disfrute. Habría sido perfecto si hubiese acompañado el tiempo, pero es que ya se sabe que no se puede todo. Eso sí, de ahí a que no deje de llover en tres días hay una cierta distancia, no???
Y es que se ha pasado lloviendo todo el tiempo. A veces más, a veces menos, en algunos momentos con viento, otros mansamente, como si el agua cayese sin importar a donde fuera. Hubo un pequeño momento de parón la tarde del Domingo, pero fue un simulacro. Las nubes seguían allí en lo alto y no dejaban pasar más luz, como si a la lámpara del salón le hubiésemos puesto un fieltro para así vivir una noche aún más sombría. Y de hecho no vi el sol hasta ayer por la tarde, una vez sobrepasado Pancorbo, camino a Burgos sentido Madrid. Pero he de decir que fue un sol espectacular. No duró mucho, porque llegados a Briviesca se volvió a ocultar, y en el ascenso de la Brújula la nube se convirtió en un chubasco de agua y nieve que lo volvió todo oscuro otra vez. Sin embargo, al llegar a la cima del alto, la nube se deshacía, y pude ver asombrado como nevaba sobre mi cabeza y un sol enorme, amarillo y precioso, se veía a mi derecha, tamizado por los copos y los goterones de lluvia. La imagen era de una belleza enorme, tanto por lo sorprendente como por la misma estampa en sí. Ese era uno de los momentos en los que tengo ganas de hacer el viaje a Elorrio en coche, para poder pararme en el arcén, bajarme y observar esa belleza que se desplegaba ante mi. Pese a que no me faltaron ganas, huelga decir que no le dije al conductor del autobús que hiciese lo mismo, y nos detuviera en una esquina para mi deleite, pero intuyo que de haber hecho la petición no me hubiese quedado sólo, porque, sin ir más lejos, dos chicas que iban detrás de mí, camino a Barajas y rumbo a Punta Cana, se quedaron igualmente prendadas de la belleza de ese sol en medio de la tormenta. Una de ellas, la que iba junto a la ventana, me imitó, sacó su cámara de fotos e intentó captar el momento, a la vez que daba codazos a su compañera, dormida a pierna suelta, para que se despertase y viera que cosa tan bonita se estaba produciendo ahí fuera. Curiosamente, la mayor parte de la gente que me rodeaba tenía los auriculares puesto y veía ensimismada una película cuyo título no soy ni capaz de recordar, pero que por muy buena que fuese, y sospecho que tampoco lo era mucho, no tenía nada que hacer con el espectáculo que se desarrollaba fuera de la pantalla, en el mundo real.
En mi caso, tras tres días completos bajo las nubes, aquello era algo parecido a una resurrección, y el que ahora mire por al ventana y vea como Madrid se despierta, congelada, eso sí, bajo un radiante cielo azul apenas enmarañado por cirros, resulta vivificante. Los días oscuros de lluvia están bien, pero sin pasarse, y son ideales para pasar la tarde en casa, o como hicimos el Sábado, reunirse con un grupo de magníficas personas y estar, compartir, e incluso comer, pero el sol, la luz, sentirlo en la piel tras días en los que se te ha negado.... eso es una sensación maravillosa.
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