lunes, abril 27, 2009

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M coge el autobús bajo la lluvia y no deja de pensar si son el frío y esas condenadas nubes que no se van las que hacen que todo vaya mal. No se quita el frío en el cuerpo desde hace meses, y sus amigas tampoco. Tras pasar una tarde sosa, hablando de lo de siempre, ha vuelto a coger el autobús que le lleve a casa, donde al menos le espera una cena caliente y algo de comprensión, de momento, aunque no sabe hasta cuando va a poder aguantar así. Seguro que la semana que viene es mi oportunidad, se dice.... desde hace muchos Viernes.

Entra en casa y tras saludar a su madre, el hace la pregunta de rigor. ¿Ha llamado alguien? Su madre, que antes de que M llegase miraba concentrada la tele, a uno de esos programas que se rellena de directos sin sentido sacados de medio país, vuelve a sentarse en el sofá ante su programa y le dice que no. “Sólo su tío J, que está bien y que el dolor de la espalda se le está pasando” afirma su madre sin dejar de prestar atención a las evoluciones de unas ovejas amaestradas en un prado asturiano que saben poner se en forma de letras. M, sabiendo ya la respuesta, saluda, y antes de ir a cenar, entra en su cuarto. Enciende su portátil y hace girar como una loca la ruedecilla de su ratón, como siempre que está impaciente ante la pantalla, esperando que todo el sistema operativo arranque. Abre Internet, y se vuelve a conectar a su correo electrónico, a las páginas web las que está suscrita.... y nada. Por la mañana se ha pasado cinco horas rastreando la red, portales de empleo, algunas direcciones que hace unos días le mandó un amigo, y sitios así. Ha mandado siete currículums en cinco horas. No es un mal registro, piensa ella, a este ritmo llegaré a los dos por hora, y si le dedico tiempo puede que logre un par de cientos o más al mes. Esto se parece a una lotería, y cada vez que mandas el CV a una dirección parece que estás comprando boletos para un sorteo, piensa, pero es Viernes, y este fin de semana se cumplirá su cuarto mes de desempleo, el cuarto mes desde las malditas navidades en las que fue despedida de la tienda de golosinas en al que trabajaba como dependienta porque cerró, como antes lo hicieron otras dos de la galería comercial en la que estaba situada. Allí pasó más de un año haciendo de dependienta, cuidadora ocasional de niños, limpiadora, guía improvisada del centro comercial para ayudar a los viejos que se perdían en su inmensidad, hizo amigas, intentó ligar con el empleado de otra tienda que, puntual, a las 12 del mediodía iba a por sus provisiones de gominolas para endulzar su mañana, hizo amigas, se divirtió, pasó varios momentos desagradables, y sobre todo trabajó. Mucho, duro, con menos descansos de los reglamentarios y con pagas más o menos rácanas, pero trabajó, hasta que llegaron esas navidades, y los rumores de que “ahora nos toca a nosotras” se hicieron realidad, y a M le tocó recibir al año 2009 en medio de unas lágrimas de alegría, en una fiesta con sus amigas, que no podía ocultar sui congoja por el futuro.

“Ya verás como encuentras algo”, “eres una chica valiosa”, le decían algunas de ellas, que hoy, con estudios más currículum y experiencia que ella, se encuentran en la misma situación de abandono laboral. Se reúnen dos tardes entre semana en una cafetería que les queda a todas lo suficientemente lejos, y se pasan direcciones, rumores que oyen y consejos, pero cada vez entienden menos el porqué todas están en paro, cómo van a salir de esta y qué es lo que va a pasar en unos meses, cuando el tiempo en el que estuvieron trabajando cada vez esté más lejos en su memoria. Antes se reunían y charlaban animadamente pero ahora, cada vez más, hablan cabizbajas, y la angustia empieza a entrar en sus vidas.

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