Vuelve uno de vacaciones y le regala Madrid un día como casi todos los que he pasado arriba. Frío, oscuro, y seguramente en breve lluvioso, y es que así suele ser en estas fechas, donde los cofrades corren para esconderse de las únicas gotas que van a caer en mucho tiempo en el pueblo. No así en Elorrio, donde cada gota no es distinta de las miles que cayeron antes, y de las que luego vendrán, y donde la procesión de Semana Santa consiste en la escapada del Miércoles Santo y la operación retorno del Lunes de Pascua.
Así, para poner el contrapunto a tanta congregación multitudinaria, pétalos de rosa, saetas y bosques de capirotes, relataré alguna experiencia de estos días. Tanto el Jueves como el Viernes, el primer día en compañía de mis padres y el segundo en solitario, fui a misa a “Los Frailes”, que es el nombre popular que se le da al colegio que regentan los Agustinos de la Asunción, colegio en el que yo no estudié. La hora de la misa era a las 18:00, y para ese justo instante al audiencia que se congregaba en los bancos de la iglesia del colegio era escasa, siendo generoso. Yo era, a mis treinta y tantos, el más joven de los allí presentes, y me atrevería a firmar que por mucho. Celebró al ceremonia el padre RXX (no se me los apellidos) que estaba en un estado aún más andrajoso que la media de los presentes. De paso corto, arrastrado y vacilante, voz quebrada, con aviso propio de que intentaría llevar a cabo toda la ceremonia pese a los impedimentos que tenía, el acto se desarrollo con bastante pena y sin ninguna gloria. Megafonía oscilante, luz escasa, poco cántico y seguido por menos gente aún... aquello tenía un aire de tristeza y abandono casi insoportable. Incluso lo llegabas a pasar mal en algunos momentos en los que parecía que el oficiante se iba a tropezar. Como luego dije a la salida a mis padres, comentario que no les hizo ninguna gracia, y posteriormente reiteré a algunos amigos, acababa de asistir a una especie de misa zombi, porque me daba la sensación de que los asistentes estaban más muertos que vivos, y que ellos mismos no lo sabían (algo así como algunos bancos en esta crisis). Desde luego si uno acudía a la ceremonia con cierto aire religioso salía de allí entristecido y cabizbajo por el decadente espectáculo que acababa de observar. Y de lo malo malo el Jueves hizo bueno, soleado y algo caluroso, pero a partir del viernes llegó el frío y la lluvia, y al salir del oficio el Viernes Santo uno no sabía que era más gris, si la ceremonia que dejaba o el plomizo cielo del que no dejaba de llover.
Me preguntaba de pequeño, cuando iba a misa y veía a muchos viejecitos, que es lo que sucedería cuando, siendo yo más mayor, esos viejos estuvieran muertos y no acudirían a la iglesia, visto que no veía relevo generacional por ningún lado. Esta Semana Santa he tenido una respuesta a esa pregunta, y el resultado es, no les oculto, bastante triste. Muchas parroquias, iglesias y comunidades se extinguen en el sentido mas darviniano de la palabra, y parece que el proceso no tiene vuelta atrás. No se si el año que viene volveré a ese colegio a misa en estas fechas, pero visto lo visto primero debería saber si van a poder celebrar los oficios. Nazarenos penitentes camino al calvario no van a faltar, pero en este caso sin talla, procesión ni cámaras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario