Se acabó, y por lo que parece ha respondido a las expectativas. Durante algo más de un día una señora, cantante y modelo en su reciente pasado, se ha paseado por Madrid llevando tras de sí cientos de cámaras, periodistas, curiosos, admiradores y mirones. Su nombre, Carla, es lo de menos. Lo comentado ha sido su vestido, su pose, su forma de andar, mirar y seducir a las cámaras, embelesar a los que le rodeaban, su duelo a culo y vestido ceñido con otra señora llamada Leticia....en fin, que si no fuese por la rueda de prensa conjunta de ayer nadie hubiera reparado que junto a Carla había llegado un señor llamado Nicolás.
Curioso individuo este Sarkozy. Aquejado de una megalomanía enorme y de un afán de protagonismo igualmente inabarcable, su trayectoria se me hace errática y confusa. Personalmente me siento decepcionado por su gestión política. Cuando ganó las presidenciales francesas, con la facilidad que casi todo el mundo esperaba, su mensaje era de cambio, alternativa, romper con el viejo régimen de Chirac y dar un golpe de mesa necesario en una Francia, y por extensión en una Europa, que necesitan aires nuevos. Era una oportunidad, pero con el tiempo, junto a medidas más o menos acertadas, lo que se ha puesto de manifiesto es que Sarkozy es, como le pasa a Garzón en España, un onanista compulsivo de las cámaras y la fama. Ve a un foco y un periodista y empieza a hacer cosas, que sin la presencia de los medios ni pensaría en realizar. Su romance con Carla Bruni y boda relámpago eclipsó su primera parte del mandato, y sigue provocando que cada visita de estado a otro país se convierta, como ha pasado en España, en un circo rosa en el que parece más probable que la entrevista con el presidente galo la haga Cantizano desde su plató que Milá (Lorenzo) desde el suyo. Esa obsesión con la imagen, unido a su carácter algo brusco y a una hiperactividad descontrolada le ha jugado malas pasadas a él y a su gobierno. Un claro ejemplo es la crisis georgiana del verano pasado, en la que su papel como mediador, en nombre de una Unión Europea que presidía por turno rotatorio, se convirtió en un ejercicio de populismo y protagonismo personal que a poco acaba en catástrofe, con aquella confusión entre los tratados firmados por el gobierno ruso y el georgiano que “Sarko” llevaba de un lado para otro con al sospecha de altera párrafos en tanto en cuando. De convertirse en una especie de preludio a la europea de Obama, Sarkozy corre el riesgo de acabar sepultado por el personaje y su farándula (bueno, Carla ya le oculta por completo) y ser valorado más por las poses fotogénicas y el como le toca la manita a Bruni a “escondidas” que por su gestión, que es para lo que ha sido escogido. Lo cierto es que la popularidad de su gobierno en Francia es bastante baja, aunque las malas lenguas dicen que es por la envidia que sufre el ciudadano común al saber que su Presidente, además de quitarle los impuestos, se tira a la Bruni.
Pero lo cierto es que, cuando se pone a ello, Sarkozy es un enorme político. Ayer, en la sesión conjunta de las dos cámaras celebrada en el Congreso realizó un discurso vibrante, encendido, algo apasionado, y en su mayor parte improvisado, sin apoyarse en los papeles. Los diputados y senadores españoles salieron encantados tanto de lo oído como de la forma de hacerlo, algo casi impensable dad la clase política nacional, que nos sabe decir dos frases sin papeles y asesores al oído. Es una pena que Sarkozy prefiera el camino de ser una vedette en los medios al de la sería y más aburrida profesionalidad del gobernante, porque tiene sobradas cualidades para liderar una nación. A ver si se pone a ello de una vez.
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