Hoy se celebran elecciones en Afganistán. Este titular, así, sólo, es lo suficientemente poderoso como para que nos paremos un instante y reflexionemos sobre lo que sucede en ese convulso país, aunque no sea este el mejor término para definirlo. En medio de atentados, miseria y los talibanes, que no dejan de hostigar a las fuerzas internacionales y a todo aquel que se les oponga, algunos afganos hoy se convertirán en héroes al acudir a votar, y tratarán de ganar la guerra de la ignorancia con papeletas. Parece un sueño, y es probable que acabe finalmente en pesadilla.
Estamos en la guerra de Afganistán, que no misión de paz, desde finales de 2001. Con mayor o menor intensidad batallamos durante los últimos ocho años, una duración que excede a la de las dos guerras mundiales, o a la mayoría de conflictos modernos. ¿Y cuál es el balance que podemos mostrar tras tanto tiempo? No nos engañemos, es lamentable. Las tropas internacionales han conseguido mantener un gobierno leal, encabezado por Hamid Karzai, que junto a algunos leales convenientemente pagados a duras penas es capaz de controlar Kabul, la capital, y sus alrededores. El resto del país es un difuso campo de batalla en el que se mezclan trivalismos locales, deseos de venganza entre grupos étnicos, y la mancha de los talibanes, esa odiosa y cruel ideología, que año tras año se refuerza y se convierte en la amenaza que puede hundir ese país aún más en el desastre. Siendo sinceros, llevamos ocho años perdiendo la guerra de Afganistán. Tendrán que ser los expertos militares y de inteligencia occidental, si es que alguna vez se han molestado en estudiar la zona, los que logren explicarnos porqué tanto dinero, esfuerzo y vidas no han servido para desmantelar los campamentos talibanes que, fronterizos con Pakistán, reverdecen a la par que el polvo del desierto cae sobre las túnicas de los milicianos. No ya el “simple” hecho de que no se haya capturado a Bin Laden, es que los atentados se recrudecen, las imágenes de mujeres cubiertas de burkas, esa cárcel portátil, vuelven a ser habituales, y pase lo que pase en las elecciones de hoy puede que sean esos odiosos talibanes los futuros ganadores del país. Al menos ellos no muestran la flaqueza de determinación y moral que los occidentales exhibimos diariamente. ¿Nos estamos tomando en serio Afganistán? ¿Somos conscientes del riesgo que corre la zona, y el mundo en su conjunto, si los talibanes se hacen con el poder? Es aterrador comprobar como Afganistán se sitúa en medio de Irán, a su izquierda, y Pakistán, a su derecha. Si el primer país aspira conseguir al bomba atómica en breve, y la tendrá si no hacemos algo al respecto, el segundo la tiene desde hace ya algunos años. Con un territorio como Afganistán dominado por el radicalismo de los talibanes me imagino que nada bueno puede salir de allí, y podría convertirse en foco impulsor no sólo del Yihadismo internacional, que también, sino de un terrorismo internacional sin fronteras, límites ni el más mínimo sentido del escrúpulo.
La semana pasada tuvo lugar un duro combaten Gaza entre los radicales de Hamas y un grupúsculo encabezado por un jeque llamado Musa, finalmente abatido, que como seguidor de Al Queda en la zona, se enfrentó a Hamas acusándoles de tibieza. Los radicales contra los ultrarradicales. Terrorífico. Pues aún más horroroso sería saber que Al Queda volvería a contar con un país, un territorio donde protegerse, abastecerse, y poder establecer su base de operaciones. Perder la guerra de Afganistán nos puede salir muy caro, y mientras que algunos de los valientes votantes de hoy parecen ser conscientes de ello, nosotros no lo tenemos muy claro.. Y créanme, eso es malo, muy malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario