Ayer no sólo hubo tormenta en Toledo y la zona del Levante, tormenta que apenas dejó cuatro gotas en mi barrio, pero sí muchos rayos y ruido de fondo. Otra tormenta de otro signo parece fraguarse en América Latina, donde la intención de Colombia de permitir que los Estados Unidos utilicen bases del ejército nacional para ayudar en al lucha contra el narcotráfico ha soliviantado a muchos, y el vociferante Hugo Chávez, que no desperdicia ni una, ha dicho que “vientos de guerra comienzan a soplar” en la región.
Chávez produce risa, carcajadas a veces, cuando uno le ve en los cortes de su programa infinito de televisión, haciendo el payaso, cantando canciones o mostrando una faceta de típico hombre pasado de alcohol que, abundante en las bodas, se dedica a pregonar su amor hacia los demás en forma de arrumacos y baladas melódicas. Sin embargo no debemos olvidar que Chávez no es otra cosa que un siniestro dictador, un militar golpista que, siguiendo una de las tradiciones más españolas del siglo XIX, la de los espadones, dio un golpe de estado en busca del honor y la justicia, y por el bien del pueblo venezolano, y para combatir la pérfida influencia extranjera en la nación bolivariana (no se si a ustedes les suena un poco este discurso). Más listo que otros, Chávez ha vestido su discurso de un ropaje izquierdista, lo que le ha granjeado la amistada y colaboración de un montón de tontos útiles de medio mundo, especialmente de occidente, que han visto en él una alternativa de la lucha de los pobres frente al imperialismo norteamericano. La verdad, siempre más cruda, es que Chávez ha implantado una férrea dictadura en Venezuela, ah desmantelado la oposición, detenido a muchos de sus cabecillas, y se prepara para controlar y amordazar a todos los medios de comunicación que osen criticarle, en uno de los movimientos clásicos de los dictadores para perpetuarse en el poder. Entonces, ¿por qué Chávez y su estilo follonero siguen en el poder y tienen “atractivo”? ¿Y tantos le adulan? A parte de la existencia de fenómenos que para mi son inexplicables, lo cierto es que a día de hoy por cada barril de crudo que Venezuela exporta ingresa 72 dólares, lo que permite a Chávez nadar en esos odiados billetes gringos que tanto vilipendia en público, pero que tan bien amasa y guarda en privado, como todo buen dictador. Ese dinero permite comprar armas, voluntades, entrevistas, medios de comunicación, afinidades, gobiernos e influencias. Así, se puede pagar el peregrinaje de actores, periodistas y demás voceros (bonita y muy gráfica palabra latinoamericana) para que canten las excelencias del régimen socialista y revolucionario de Venezuela, más o menos como hicieron la URSS y los países de su órbita hace ya unas décadas, sin importarles ni a los voceros ni a los dirigentes de aquellas naciones que el discurso que pregonaban era falso, que bajo la fachada de prosperidad y revolución socialista se escondiese la dictadura, la falta de libertad, la pobreza y la miseria humana y natural. Si hay que cantar lo “chévere” que es la nueva Caracas socialista no se reparan en gastos, que siempre hay pesebristas ávidos por llevarse algo al bolsillo.
Lo que no logro explicarme del asunto venezolano es como gobiernos como el español mantienen unas relaciones cordiales y profundas con semejante sujeto. La última visita de Moratinos a Caracas era de sonrojo, aunque tras su paso por Guinea y sus alabanzas a Obiang ya sólo le faltaba pisar Cuba para completar al gira de “Los Tres Dictadores”. ¿Cómo puede haber gente fascinada por la figura de Chávez? ¿Por qué aún muchos admiran a dictadores de ese pelaje? En el fondo, los perdedores de esta historia son los de siempre, los venezolanos, que llevan décadas de mal en peor. Pobre país, tan bello, tan valioso, tan admirable, y tan maltratado.
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