Fue el de ayer un día de luces y sombras diplomáticas. La luz vino de un lugar donde no abunda, Corea del Norte, que vive inmerso en una perpetua oscuridad informativa y me temo que vital. Bill Clinton logró que el régimen norcoreano pusiera en libertad a las dos periodistas norteamericanas retenidas hace algunos meses y condenadas a varios años de campos de trabajo, algo así como residir en una calle de Madrid donde se desarrollen obras perpetuas, tipo aledaños de Sol, o Plaza Castilla u otras miles. Es difícil saber si este acuerdo supondrá una mejora en las relaciones con ese oscuro país o sólo ha sido un señuelo por parte del régimen.
La noticia mala, la sombra deprimente, vino de Irán, un país que últimamente sale mucho en los medios a cuenta de los accidentes aéreos. En lo que metafóricamente ha sido otro intento de despegue fallido de la democracia, la toma de posesión nuevamente de “Ajma” como Presidente del país ha supuesto no un jarro de agua fría, sino la cárcel y la depresión para muchos de los que se han enfrentado al pucherazo que organizó el régimen teocrático para garantizarse la reelección de un candidato acorde a sus fines. El discurso de Ahmadineyad no tuvo ningún tipo de mensaje novedoso, ni aportó nada que no se supiera. Críticas a occidente, mensajes conciliadores a su pueblo, que vive angustiado por la crisis, y búsqueda constante de excusas, principalmente en el exterior, para justificar la decadencia que aflige a la economía iraní. Lo que no parece que se va a frenar bajo ningún concepto es el programa nuclear persa, que avanza a toda velocidad y sospecho que podrá dar frutos en breve. Esta semana leía en alguna parte que es posible que en un año Irán ya tenga su primera bomba atómica, dispuesta para ser estallada en su primera prueba real. Aún le queda mucho para desarrollar cohetes vectores que permitan lanzarla hacia los “enemigos” y aquí pueden ustedes incluir de todo, pero eso es sólo cuestión de tiempo, una vez conseguido lo principal que es la bomba la situación internacional cambiaría notablemente. Se podrá afirmar que el régimen de Corea del Norte ya la tiene, y esa y no otra es la causa por la que se hace caso a ese país, pero lo cierto es que Corea del Norte, aún en el remoto caso de que se atreviera a usar la bomba contra sus vecinos, no representa un riesgo de carácter mundial. Es decir, por muy desastroso que fuera una guerra con Corea del Norte no pondría en peligro a todo el mundo. Sin embargo en Oriente Medio se encuentra Israel, que ya posee armamento nuclear, Pakistán, e India, que también lo tienen, y dentro de unos meses irán, que ha realizado declaraciones sobre lo que le gustaría hacer con sus vecinos judíos que son para ponerse a temblar. Si a eso le sumamos el polvorín palestino y todo lo que suponen países cercanos como Afganistán, Irak y Siria de cara a generar riesgos y tenemos ante nuestros ojos el escenario perfecto para el drama. La pregunta vuelve a ser la que hice ya algunos meses. ¿Queremos que Irán posea el armamento nuclear? ¿Nos podemos permitir ese riesgo? ¿Debemos hacer algo para impedirlo?
Hoy, 6 de agosto, 64 años después del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre una población civil, Hiroshima, el debate “nuclear” está más vivo que nunca para nuestra desgracia. No parece que hayamos aprendido demasiado durante este largo medio siglo transcurrido, y no nos engañemos. O pasa algo muy extraño o es cuestión de tiempo, mucho o poco, pero cada vez menos, para que el número de armas nucleares y el número de países que las posean lleguen a suficiente valor como para que una de ellas se lance, detone o dispare contra otra nación. Triste homenaje el que hoy se puede celebrar en las ruinas japonesas de Hiroshima.
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