Hace unos día ya escribí aquí sobre los incendios forestales y sus desastrosa consecuencias. Llevamos unos días sin fuego en el monte, si exceptuamos el desatado en Aragón por la incompetencia de los militares del campo de tiro de San Gregorio, y que la poca diligencia del Ministerio de Defensa a la hora de permitir el apoyo de los civiles en la extinción contribuyó a que se quemasen cerca de 6.000 hectáreas. Pero poco más, y es milagrosos, dado el calor que hace, que no cesa, y no deja no descansar, ni dormir ni soñar, y de poder hacerlo sólo genera pesadillas.
Y lo de Grecia es de pesadilla. El fuego parece que está ya en el extrarradio de Atenas. Bosques y campos de al región de Ática han sido arrasados y ya son varias las casas de ciudadanos residentes en esas zonas que han sido destruidas. Las imágenes en estos casos siempre muestran lo mismo. Vecinos impotentes pero desesperados, que se niegan a acatar las órdenes de evacuación y tratan de extinguir con modestos cubos, mantas y ramas unas lenguas de fuego contra las que no tienen nada que hacer. Es la viva imagen de la impotencia. Hasta ahora hemos asociado estas escenas a los entornos rurales, a caseríos y pequeños pueblos que, como ha sucedido en algunos de los incendios españoles de este año como el de Teruel y Las Palmas, son destruidos parcialmente por el fuego. Sin embargo Atenas es ya otra historia, y que el incendio se aproxime a los barrios residenciales le da un carácter de gravedad máxima. ¿Qué sucedería si el fuego entra en al ciudad? Hasta que punto la cantidad de material combustible que hay en las casas, el gas de las calefacciones, y el arbolado urbano serían un estorbo de cara a la extinción? En todo caso me imagino que el panorama sobre la Acrópolis ya debe ser desolador, rodeada de humo, suciedad y cenizas. Los residente sen al capital no podrán respirar muy bien, y el destrozo en el medio ambiente local ya está hecho, y Atenas, pase lo que pase, ya no volverá a ser lo mismo. Sin embargo lo que está sucediendo en la capital griega pudiera pasar perfectamente en otras partes, como por ejemplo en Madrid. Una tarde de estas, en las que paseaba sin rumbo ni destino, acabé en Pozuelo de Alarcón, municipio residencial sito en las afueras de Madrid, entre la A6 y la A1 para entendernos, y volví a Madrid ciudad a través de la línea de cercanías de RENFE que desemboca en Chamartín. Bien, esta línea traza una enorme curva y, en vez de acceder a la capital de manera directa, bordea el Monte del Pardo, una gran extensión de monte bajo y encinares que se sitúa al noroeste de la ciudad. Pasando entre los árboles con el tren, y viendo la sequedad del suelo, y el cauce de arroyos que ahora están secos, y las nubes de polvo que se levantaban por doquier, pensaba no sólo en el desastre que supondría que se prendiera fuego a ese monte, sino el propio riesgo que podría ser para Madrid, o Pozuelo, u otros municipios colindantes, que el viento arrastrase las llamas hasta ellos. ¿Cómo pararlas? Cómo y a donde evacuar a tanta población? ¿cómo afrontar los daños y las pérdidas?
Lamentablemente algunas de estas preguntas están siendo contestadas en la práctica en Atenas. Las cifras que hablan de 20.000 evacuados y el corte de las carreteras de acceso a la ciudad muestran una imagen de colapso urbano que puede convertirse en grave. Confiemos en que la movilización de medios de toda Europa pueda contener el monstruo y, ya que no recudir el destrozo causado, que no crezca, pero como no disminuya el viento y el maldito sol no se oculte tras nubes de lluvia complicado lo tienen. Mala noticia para empezar la última semana de Agosto.
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