Una de las cosas que más me asombran del País Vasco es el enorme, inmenso peso que aún sigue teniendo allí la religión católica, sus rectores y todo lo que se desarrolla en torno a ella. Pese a que la secularización de estos años ha llegado hasta el último caserío del Goierri todos los días hay alguna noticia en la que se mezclan los obispos vascos, algunos curas y asuntos variados. Cierto es que el que los obispos hayan ejercido durante años más un papel de mitineros políticos que de religiosos les ha dado más protagonismo que el debido.
En estos días se ha vuelto a reproducir la polémica con la jubilación de Juan María Uriarte como obispo de San Sebastián y el nombramiento de José Ignacio Munilla como nuevo obispo donostiarra. Munilla es oriundo de Zumárraga, en pleno Guipúzcoa, sabe euskera y pese a que ha desarrollado los últimos años de su trabajo pastoral en Palencia mantiene contactos familiares y profesionales en Guipúzcoa de manera frecuente. ¿Cuál es la principal diferencia entre el cesante Uriarte y el nuevo Munilla? Básicamente una, y es que Munilla no es nacionalista vasco. Uriarte, sustituto del famoso Setién, se ha mostrado más moderado en sus formas que su predecesor, pero ha mantenido un discurso constante de defensa del nacionalismo, la comprensión ante las demandas independentistas y no tanto el mirar para otro lado pero sí el ignorar el terrorismo y el sufrimiento de las víctimas hasta donde ha sido capaz, escondido en la equidistancia que tanto mal ha hecho estos años en el País Vasco. La ruptura de la última tregua etarra destruyó gran parte de la teórica capacidad negociadora que había convertido a Uriarte en un referente en estas situaciones de “negociación” y me supongo que él sería uno de los que asistió con perplejidad y temor a la caída del santo PNV del gobierno vasco, sintiéndose como uno de los sumos sacerdotes que asistían a su particular versión del rasgado del velo del templo (Mat 27: 51). Se ha hablado durante meses de los posibles candidatos para sustituirle y el denominador común de todos ellos era su escasa pertenencia al clero nacionalista. Poco a poco en el PNV se fueron poniendo nerviosos, porque si perder el gobierno era duro, dejar escapar el obispado donostiarra era ya una pesadilla. Con lo que le costó al mundo nacionalista doblegar a “el tal Blázquez” y convertirlo en un silencioso cómplice de la doctrina de Sabin Etxea ahora la llegada de un prelado claramente antinacionalista podría ser un golpe muy duro. Finalmente se ha confirmado el nombramiento de Munilla, lo que unido al ascenso de Miguel Iceta en la iglesia vizcaína, de un perfil religioso y político muy similar al de Munilla, supone uno de los cambios más profundos y rupturistas que se hayan producido en el País Vasco en los últimos años, y más dado que hablamos de una institución, la iglesia, poco dada a cambio alguno. Como era de esperar el PNV ha salido en tromba en contra de Munilla, intentado luchar ante la pérdida de uno de sus reinos, y ha lanzado alguna de esas frases que determinados políticos usan de vez en cuando y que permiten ver el racismo que anida en ellos pese a los engolados discursos que usan para camuflarlo. Josu Erkoreka, diputado del PNV en el Congreso, ha dicho que “no es lo mismo pastorear un rebaño de oveja latxa que uno de oveja carranzana o de oveja burgalesa”. Es lo que tiene ser de un partido acostumbrado a tratar a todos como si fueran sus mascotas.
Le diría a Erkoreka que, por encima de todo, las ovejas latxas, burgalesas y yemeníes, necesitan tres cosas: Hierba, dedicación y cariño. Y que esconda su rabia ante la pérdida de uno de sus bastiones de poder, y de paso rece algunos padrenuestros. A Munilla habrá que juzgarle por su papel eclesial y su adecuación a la sociedad y los tiempos, por si es muy integrista o no, por si hace algo por su comunidad o no, por lo adecuado de su pastoral y su prédica del evangelio..... vamos, por lo que se le critica o valora habitualmente a un cura, pero no por la fidelidad con la que se entusiasme ante el escudo del PNV.
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