Subí ayer de comer un poco antes de lo habitual y al actualizar las noticias en Internet me encontré con que se había muerto José Luís López Vázquez, JLLV. Tenía ya muchos años, 87 concretamente, y desde hace algún tiempo arrastraba problemas de salud que le impidieron asistir a la ceremonia de entrega de al medalla de la Comunidad de Madrid, otorgada hace pocos meses, si no recuerdo mal. Lo primero que se me ocurrió al ver el titular fue decir un “mierda” suavecito, pero cargado de pena.
JLLV era un actor inmenso, y durante años ha emocionado a miles de espectadores, entre los que me encuentro, y uso el término emocionar porque no sólo nos hacía reír. Sus personajes habitualmente poseían, incluso en sus registros cómicos, de una carga de melancolía y pena muy grande. En las películas serias, como Plácido, La cabina El verdugo, por citar dos, era un actor monumental, y en las cachondas, como la serie de la escopeta nacional, la gran familia o atraco a las tres era un espectáculo, en el que su aparición ya te hacía reír, y cuando su guión se desmadraba realmente las carcajadas eran inevitables. Hubo una cosa de JLLV que le distinguió de otros grandes de su generación, y es que nunca rechazó un papel. Así Pepe Isbert, Fernán Gómez o Agustín González lo evitaron, pero JLLV entró de lleno en el cine del “destape” y las comedias gruesas de los setenta, en lo que se dio en llamar el Landismo. Él y Alfredo Landa encarnaron como nadie la figura del español medio, en su caso calvo, con bigotes y bajito, que se vuelven locos al ver a las suecas, el mito erótico del país, que han desembarcado ligeras de ropa en las playas de un Mediterráneo que aún no era el bodrio de hormigón que es hoy pero que ya apuntaba maneras. Esas comedias, cutres, casposas y dotadas de una insoportable banda sonora (¿por qué todas esa películas tenían un coro de señoras cantando un estridente lalalalalalaaaaaaaala) marcaron a una generación. Ozores, “Saza”, Esteso, Pajares, Landa y JLLV eran los representantes de un cine que hoy miramos con una mezcal de cariño y bochorno, pero que es un reflejo maravilloso y lo más exacto posible de cómo era la sociedad de entonces. Nos guste o no, éramos así, y no hemos cambiado demasiado, y creo que nadie logró encarnar tan perfectamente ese arquetipo de personaje como JLLV. Un hombre de aspecto serio y respetable, que con los años iba adquiriendo una figura de pequeño patriarca, que en las entrevistas era serio, responsable, y alardeaba de ser un trabajador, un profesional de su oficio, un defensor del arte de la comedia, el drama y la interpretación, quizás de los últimos que así opinan y pueden decirlo en alto y con orgullo, pero que en la pantalla se transformaba en un personaje ecléctico, bonachón y que con su mirada y forma de hablar te enternecía. Era el tío gruñón que todos hemos tenido, el vecino pesado y el transeúnte metomentodo, era tan adorable y cercano como cualquiera de nuestros amigos, y el logra algo tan difícil como eso es lo que le ha elevado a los altares.
Me gusta el titular del artículo que El País le dedica hoy como homenaje a JLLV, Patrimonio Nacional, en el que se junta su figura con la de una de sus películas, realizada por un gran director, Luís García Berlanga, uno de los mejores del mundo, y autor de algunas de las mejores películas de la historia, y no exagero. Gracita Morales verá de nuevo a su “señorito” en el cielo, las Matildes de Telefónica ya no serán las mismas, y hoy somos todos un poco menos con su ausencia. Queda su obra como recuerdo, pero desde aquí quiero rendir un pequeño homenaje a este gran actor y, por encima de todo, gran persona. Gracias por lo que nos has dado.
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