No les cuento nada que no sepan si les digo que estos días que he pasado en Elorrio disfrutando de un puente, en su versión madrileña, ha hecho un tiempo horrible. Ha llovido todo lo que ha querido, más o menos fuerte, con mucho o poco viento, con rayos y sin ellos, a veces granizo, la mayor parte de las ocasiones goterones, y con un frío intenso que anunciaba más la cercanía del invierno que la llegada del otoño. Hasta que no he llegado hoy por la mañana a mi oficina y he mirado por la ventana no he visto el sol desde el viernes por la tarde.....
Cosa curiosa de este temporal. El Domingo llevé a mis padres a Durango porque tenían una comida que se celebra anualmente por parte de algunas mujeres de allí, concretamente de un barrio llamado Tabira. La cosa es que antes de comer había misa en Santa Ana, una de las iglesias de Durango. Yo llegué un poco tarde y me senté por atrás, y la audiencia era elevada, así que allí estábamos, resguardándonos del chaparrón que, a veces sí y otras también, se escuchaba proveniente del exterior. En el sermón del cura empezaron a oírse truenos de fondo, que a medida que sus palabras avanzaban iban aumentando en intensidad y volumen, y eso que en esta ocasión el cura no era de los que les gusta “tronar” desde el púlpito. Terminado el sermón el ruido del agua cayendo en el exterior era muy fuerte, y al comenzar las peticiones cayó un nuevo rayo y se fue la luz. Hizo un breve amago el sistema de volver, pero se cayó nuevamente, y nos quedamos a oscuras, sin órgano y sin megafonía. Lo único que iluminaba la nave eran las dos velas que suelen estar habitualmente encendidas en la mesa del oficiante. Ningún foco, bombilla o similar. Ningún altavoz, nada. Como el suelo no era de esos de madera que hacen mucho ruido y no había niños gritones se lograba oír algo en el fondo, pero la experiencia era extraña. A mi se me fue la cabeza el resto de la ceremonia imaginando como sería la vida antes de la llegada de la electricidad, porque desde luego donde estaba en ese momento el invento había dejado de existir. El coro cantaba a capella porque no le quedaba más remedio, y si bien es cierto que inicialmente se les notaba perdidos y confusos luego fueron remontando y acabaron por hacer un bonito papel. Hubo suerte de que no es una iglesia muy grande, porque de lo contrario no se hubiese oído ni visto nada. En la comunión la gente avanzaba muy despacio, porque había zonas de los pasillos laterales en las que no se veía nada bien, y ya se sabe que la media de edad de los asistentes a una misa hoy en día no está llena de reflejos y buenos sentidos. Finalmente la ceremonia concluyó sin más sobresaltos y salimos poco a poco a un estrecho pórtico rodeado de vallas de obras (sí, están en todas partes) y fuera del refugio seguía lloviendo con fuerza, y las nubes desde lo alto parecían reírse de nosotros. No sólo conformándose con habernos dejado a oscuras, también pretendían empaparnos, y con alguno de los asistentes lo lograron.
Supongo yo que la instalación eléctrica de la iglesia no sería de las mejores, y después de lo del Domingo tendrán que cambiarla del todo, pero el episodio me pareció muy interesante, no sólo por lo curioso que resulta hacer algunas cosas habituales prescindiendo de la luz, y volviendo así a un pasado remoto, al que no estamos acostumbrados, sino sobre todo para constatar hasta que punto dependemos de la maldita electricidad, lo importante que es su producción y suministro, y del desastre que supondría una interrupción general de alguno de estos servicios. Lo del pasado Domingo fue una anécdota curiosa, pero posee un reverso tenebroso, nunca mejor dicho.
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