Ayer salió a la luz la noticia de que han detenido a un cura que robaba y se prostituía. Todo en uno. Lo sucedido con el párroco de los pueblos toleradnos de Noez y Totanes es de traca, y consigue aunar en una misma historia lo típico del bizarro y cutre españolito de pueblo, acompañado con el uso de las nuevas tecnologías (el cura se ofrecía en Internet en varios portales de Chat y contenido erótico) y salpicada con un profundo toque religioso. A Almodóvar no se le hubiera ocurrido algo semejante, sin incluir travestis de por medio , que puede que los haya.
Esta historia me ha recordado a lo sucedido con el golfista (y parece que algo golfo) Tiger Woods. En la versión norteamericana no ha sido un pastor el protagonista, sino una estrella deportiva de rango planetario, el chico de oro del golf, sobre el que pivota gran parte de este deporte y de los rendimientos económicos que genera. Woods ofrecía una cara amable al exterior, un matrimonio ideal con una señora sueca de muy buen ver y algunos hijos que conformaban la típica pareja americana, pero por detrás la cosa era distinta. Resulta que el señor Woods no sólo hacía hoyos en el campo, sino que le encantaba practicar “verdies”, e incluso “eagles” en la cama. A medida que empezaron a aparecer las amantes, adoradoras, esclavas sexuales, y todo tipo de señoras con las que el golfista había practicado su personal “pat” los patrocinadores abandonaron a su juguete, los medios de comunicación lo hundieron y el tigre se escondió en lo profundo de su selva personal. El pasado Sábado Woods hizo una comparecencia pública en la que solicitaba perdón y aseguraba que volvería al golf, aunque no sabía cuando. El acto, en el que estaban presentes algunos de sus familiares, era de una falsedad rayana en el teatro el absurdo. Woods no está arrepentido, sino preocupado por su ruina económica. Pero no crean que comparto el discurso moralista que hunde al deportista por sus escarceos sexuales, no, entre otras cosas porque tan hipócrita sería admitir el perdón de Woods como negar la envidia que su lujuriosa vida provoca a muchos hombres. Lo que yo critico de Woods es que tuviera amantes a escondidas de su mujer e hijos. Es decir, la mentira con la que engañaba a su familia. Se que estas cosas son complejas, y mi falta de experiencia en todo lo que se refiere a las relaciones de pareja condiciona mis opiniones, pero si uno es adicto al sexo, o siente deseos irrefrenables de acostarse con todo lo que se mueve, e incluso si logra tener éxito en esas aspiraciones, lo que nunca debe hacer es casarse, porque tarde o temprano acabará provocando dolor y sufrimiento en personas ajenas. “Claro”, dirán algunos, “pero un viva la vida no se va a convertir en maniquí de las empresas para sus campañas de publicidad”. De acuerdo, quizás no sea lógico ni coherente, pero así funciona el negocio. Vendes si eres bueno y lo pareces. En ese caso Woods tendría que haber escogido entre su sueño financiero y su sueño lúbrico, sabiendo que, como sucede casi siempre, si uno juega a dos barajas acaba por ser descubierto y pierde todas las manos. Ahora Woods es la mejor expresión de eso que suele darse en llamar “juguete roto”, ha sido carne de cañón para los cómicos y humoristas de todo el mundo y probablemente sus éxitos deportivos en el futuro se minusvaloren en función de una serie de aventuras sexuales que compaginaba con sus paseos por el “green”.
Y conste que me da pena, porque fuera casto o lascivo, el golf de Woods siempre será igual de bueno. Cometemos todos, yo también, el gran error de juzgar las grandes obras en función de la vida personal de los autores. De hecho hay u enorme negocio en sacar trapos sucios, reales o no, de mitos del pasado, de escritores y grandes personajes, con el objeto de hacer caja a base de su desprestigio, y además, como están muertos, no protestan. Pero lo importante es pensando en Shakespeare, por ejemplo, sus obras, su diálogo de Romeo y Julieta, por poner una, y no si el bardo inglés era una bella persona o alguien ruin y desalmado. Me da igual, porque Romeo y Julieta me conmueven, pero hoy en día Shakespeare sólo es polvo.
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