Una de las noticias más impactantes de la semana fue la conocida ayer sobre el fabuloso mundo del Egipto Antiguo. Resulta que Tutankamón, uno de los faraones más míticos y renombrados, murió de Malaria. A los 19 años de edad, en plena adolescencia adulta y pasada la media de esperanza de vida de al época, el hombre más poderoso de su tiempo murió por la picadura de un mosquito. Resulta curioso que, miles de años después, al gente sigue muriéndose a millares por la misma enfermedad y aún no tiene cura. De vivir Tutankamón en nuestra era podría haber muerto de lo mismo.
Hay dos cosas que llaman mucho la atención de esta noticia. La primera es la fascinación que nos provoca todo lo relacionado con el mundo antiguo, y los descubrimientos que sobre el se producen. Aunque mis preferencias se decantan más por Grecia y Roma, Egipto ha vuelto loco de amor y pasión a muchos durante todas las épocas de la historia. Su cultura, los prodigios que llegó a desarrollar y que aún conservamos, su estructura social y el poder que ejerció durante siglos se mantienen en el inconsciente colectivo. No he estado allí de viaje, pero los que conozco que sí lo han hecho dicen que la visión de las pirámides y del museo de El Cairo es tan fascinante como imaginarse uno pueda. Sí he transitado por las salas del Museo Británico, y si alguien es aficionado a las momias y a ese mundo debe quedarse a vivir allí unos días, porque el catálogo de objetos funerarios y ajuares disponible es infinito. Aún más fascinante que la soberbia arquitectura egipcia es su escritura. Los jeroglíficos son sinónimo de un arcano indescifrable, y es así porque lo fueron durante muchos siglos. Sólo el casual hallazgo de la piedra Rosetta permitió entender lo que decían esos garabatos, lo cual nos demuestra que las posibilidades de comunicación son infinitas y las de incomunicación aún mayores, y eso entre humanos solamente distanciados por pocos miles de años. Egipto también se ha asociado a extraterrestres, teorías falsas y cutres como ellas solas que trataban de explicar cómo los antiguos habían sido capaces de erigir esas maravillas, sin tener en cuenta su valía como personas, sus conocimientos y el orden social que imperaba entonces y que permitía aunar esfuerzos y voluntades como no somos capaces de imaginar. Por si todo esto fuera poco, a partir de la explosión de al arqueología del siglo XIX y de la leyenda de maldiciones a aquellos que osaran hoyar las tumbas de los faraones, al imagen de Egipto se convirtió en el paradigma del misterio y lo oculto. Fue precisamente en la tumba de Tutankamón donde empezó esta leyenda, tumba descubierta por Howard Carter. El descubrimiento de la malaria del faraón va a acabar con el mito y el misterio en torno a ese enterramiento, pero la fascinación que ejerce lo egipcio sobre muchos continuará, porque aún queda muchísimo por descubrir bajo las arenas de aquel desierto.....
.... o bajo los restos de piel de sus antiguos moradores, porque la otra cosa relevante, la más importante diría yo, es que el descubrimiento de la malaria asesina se ah debido, entre otras, a pruebas realizadas sobre restos de ADN del propio Tutankamón. Sí, sí, y esto no es una película de ciencia ficción ni el capítulo semanal de CSI. Los investigadores han hallado y logrado analizar restos de ese ADN. ¿No les parece fantástico? ¿Y algo tenebroso? No sólo se empieza a perder le misterio de lo antiguo, sino que poco a poco se demuestra que el ADN, su manipulación y control va a ser una de las fuerzas dominantes de este mundo los próximos años, abriendo unas posibilidades........ faraónicas.
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