Si el Jueves lo de la nube de cenizas volcánica era una curiosa anécdota que causaba disturbios y el Viernes era todo un problema, a lo largo del fin de semana el desastre organizado por el volcán islandés ha adquirido proporciones dantescas, por poner un término ligado al infierno ardiente. Ha alterado el funcionamiento de todos los aeropuertos de Europa, ha cancelado miles de viajes y reuniones y ha puesto de rodillas a todo el sistema de transporte y comunicaciones físicas de la rica Europa. El espectáculo es desolador.
Soy afortunado porque no me ha tocado sufrir en persona este fenómeno, y de mis allegados sólo uno ha tenido que darse varia vueltas por el aeropuerto en espera de la llegada de sus padres, que finalmente lograron volver en el mismo día en el que estaba previsto, así visto lo visto tuvieron suerte. Sin embargo ahora mismo hay cientos de miles de personas que no están donde debieran, todos en contra de su voluntad y sin medios para salir de su encierro, con forma de moderna caja de cristal llamada aeropuerto. Para aquellos que no han podido partir en viajes de negocios o turismo es un fastidio enorme, pero el peor problema lo poseen quienes no pueden regresar de su viaje, porque mientras que los primeros, enfadados y resignados, pueden volver a sus casas, los segundos no tiene a donde ir. Los hoteles están saturados por todas partes, hay gente durmiendo en las terminales desde hace días y los medios de transporte alternativos dan hasta donde es posible, pero no más allá. Estos días se han contado muchas historias de personas que han cogido un taxi en Madrid o Barcelona destino a centroeuropa. A un precio de 1,18 euros el kilómetro, la tarifa Madrid Parías sale en torno a los 1.800 euros, el viaje a Dinamarca supera los 3.000 y Bruselas y Alemania no bajan de los 2.000 euros, cifras de impacto. Incluso ayer, con el cierre del aeropuerto del Prat de Barcelona, y ante la inexistencia de coches de alquiler, se contaban casos de nórdicos que trataban de comprar coches de segunda mano para ir con ellos a sus países, porque les salía más barato que el taxi. Esto me recordaba a esas películas de catástrofes en las que los millonarios compran su salvación a golpe de billetes mientras que los que no pueden pagarlo quedan a merced de los elementos. Una historia alucinante, en la que no sólo hay ejecutivos y jóvenes de turismo, no. También hay familias con niños, personas mayores, impedidos, minusválidos, gente que tiene miedo a volar, los que lo han hecho por primera vez, viajeros por motivos luctuosos, tipo funeral, reencuentros tras años de distancia, citas planeadas con mucha antelación y con mayor sentimiento... todo destruido por la ceniza del volcán islandés. Probablemente no se haya visto un volumen así de refugiados dese la época de la Segunda Guerra Mundial. El desastre financiero para las aerolíneas es inmenso, y apara miles de empresas, negocios y comercios. Se están perdiendo millones de horas de trabajo, cadenas logísticas que se han ido a la porra y productos almacenados que no logran salir ni llegar a su destino. Piensen que nosotros tenemos carreteras para salir, pero en el caso del Reino Unido el ser una isla les está poniendo en jaque. Hoy la Unión europea, con bastante retraso, tiene convocada una reunión de urgencia para decidir si se abren algunos cielos en función de las pruebas realizadas este fin de semana. Veremos a ver si es seguro.
De entre las historias de este fin de semana una de las más curiosas es la de los pasajeros en tránsito, persona que proceden por ejemplo de Estados Unidos y viajan a, pongamos, Jordania, vía Madrid. Han legado a la escala intermedia pero no pueden salir porque el segundo vuelo no despega, y como no poseen visado para Europa no pueden abandonar la zona de tránsito de la terminal. Cientos de viajeros se acumulan desde hace días en esas zonas de tránsito, pensadas para pasar unas horas, que se han convertido en campamentos de refugiados del primer mundo. La de historias que habrá en medio de semejante caos.
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