A parte de los inmensos disturbios personales, la erupción del volcán islandés está suponiendo un desastre económico, y entre otras cosas está enseñando al común de los mortales el fundamento de la teoría del valor. ¿Cuánto vale una cosa? Pues depende, principalmente, de su abundancia y su necesidad en un momento dado del tiempo. Si sobra y no la necesitamos pagaremos poco por ella, pero si es muy escasa y la necesitamos urgentemente estaremos dispuestos a pagar lo que sea, y como en todo, hay extremos.
Y la combinación de aeropuertos cerrados y tener que volví a casa “como sea” provoca que los precios de los transportes alternativos se disparen. Ha habido muchos reportajes sobre lo que la gente está pagando por ir en taxi desde Madrid hasta el centro de Europa, en tarifas que no bajan de los 1.800 euros a París. ¿Es esto abusivo? No, pero sí un buen ejemplo del dicho de A río revuelto, ganancia de pescadores. Si tuviese coche me pensaría lo de plantarme en la puerta de Barajas y sondear el mercado de ingleses y alemanes que allí estén tirados, porque yo en un mes gano menos que lo que supone ese viaje. Es cierto que hay que pagar gasolina, y los peajes se negocian entre el viajero y conductor, pero si se oferta el viaje es porque es rentable y compensa el palo de la ida y vuelta, no tengan dudas. Otra vertiente económica es la de la pérdidas inmensas que están sufriendo las aerolíneas, y de ellas han surgido voces que acusan a las autoridades de haber sido demasiado estrictos prohibiendo los vuelos por completo. Para intentar evitar en lo posible costes asociados a vuelos difíciles de realizar las aerolíneas están optando por suspenderlos directamente, evitando así el pago de hoteles y alojamientos, cuyos precios son de por sí caros y que me supongo estarán subiendo ante la demanda extra de personas que se han quedado tiradas por ahí. En este caso, y hay pocos precedentes, tengo que unirme a las palabras del Ministro de Fomento José Blanco. La histeria de las compañías es comprensible y lógica, pero garantizar la máxima seguridad posible es prioritario. Dios no lo quiera, pero supongamos que hoy o mañana se abre una zona del cielo restringida, vuela un avión con pasajeros por ella, se encuentra con trazas de la nube y se estrella. ¿Qué hacemos? En la piel de ningún ministro de Fomento de Europa cabe la posibilidad de afrontar un suceso semejante. No me imagino la reacción de los familiares de los fallecidos ante las compañías, autoridades y demás elementos del mundo aéreo. Los riesgos a los que se enfrenta un avión en esta coyuntura son muy graves, como bien lo cuenta este artículo, y esto no es un juego. Las autoridades europeas han reaccionado muy tarde, dejando pasar un fin de semana de descanso inmerecido, y las aerolíneas se ponen cada vez más a la defensiva ante las dimensiones del desastre, pero aquí la última palabra la tienen los técnicos, especialmente vulcanólogos y meteorólogos, y también los pilotos, que en algún caso poseen la experiencia de enfrentarse a algo así y no les gusta nada, nada, nada. El piloto entrevistado ayer se refería a unas imágenes de un caza de la OTAN que había pasado estos días por la nube y TVE no las quiso enseñar. Vean, vean, y opinen.....
Oía ayer por la noche a un tertuliano decir que no entendía como a estas alturas de siglo la erupción de un volcán podía causar semejante caos. La verdad es que este señor puede que fuera un experto en vericuetos judiciales sobre el Constitucional, lo que también tiene su mérito, pero ponía de manifiesto su total desconocimiento sobre física y geología. Un volcán es bastante impredecible, como el tiempo atmosférico, y su evolución debe seguirse minuto a minuto para intuir hacia donde va. Este desconocimiento, vanidad si se me permite, es una de las cosas que la ceniza islandesa, lejos de cubrir, muestra más a las claras.
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