Cuando el viernes pasado fui a cenar a casa de unos amigos no sospechaba que iba a tener visita extra de otros que volvían de sus vacaciones, ni que la cena de ese viernes se iba a alargar más de lo previsto y que al final todos dormiríamos en casa de nuestros anfitriones, y que no llegaría de vuelta hasta mi propio hogar hasta la tarde del sábado. Así, cuando puse la tele a eso de las 18:00 es cuando me enteré de la muerte del presidente de Polonia y de la mayor parte de las autoridades de ese país en un accidente aéreo sucedido en Rusia por la mañana de ese mismo Sábado.
Y la noticia es de las gordas, no sólo porque no recuerdo otra muerte de jefe de estado occidental en accidente, si me apuran ni occidental ni de ninguna parte, sino porque además la lista de fallecidos es impresionante. Su mujer, el presidente del Banco Central, altos mandos del ejército, ministros, secretarios de estado... una gran parte de la cúpula del país ha sido destruida y yace ahora en alguna morgue de Moscú. Eso para el país supone no sólo una conmoción pública total, cuyas muestras vemos en los informativos desde el mismo sábado, sino también un enorme problema político. Es en un momento de estos cuando se comprueba si las instituciones de una nación son resistentes, si los procedimientos de relevo funcionan y si realmente son capaces de asegurar el control y traspaso de poderes. De momento Polonia se enfrenta a nuevas, huelga decir que no previstas, elecciones, marcadas por la figura del desaparecido Lech Kaczynski, un personaje controvertido, que se hizo muy famosos en el contexto de la Unión Europea curiosamente por su antieuropeismo, y que durante un tiempo llegó a codirigir el país teniendo como primer ministro a su hermano gemelo. No se quién ganará las elecciones, pero el país debe superar el trauma que sufre ahora de cara a los retos que le esperan en el futuro, pero aún así el palo es inmenso. Imaginémonos que en un accidente se muere Zapatero, varios ministros, Fernández Ordóñez, la juntad el JEMAD y otra serie de cargos. Sería horroroso, y nos quedaríamos todos con una cara de asombro difícil de expresar. Pues algo así es lo que ha sucedido. Surgen muchas preguntas sobre el porqué iban todos esos jerifaltes en el mismo avión, y entonces se acuerda uno de esas leyendas urbanas que dicen que los cuatro que conocen la fórmula de la Coca Cola tienen prohibido viajar juntos por si un accidente acaba con ellos de golpe, para que así siempre haya un reserva. Ahora, lamentablemente, podemos poner un ejemplo en el que ha sucedido una desgracia más o menos similar a esa, y de que es necesario diversificar los riesgos, repartiendo los cargos y, probablemente, viajando menos si no es estrictamente necesario. Supongamos que en vez de un accidente, como parece que ha sido, hubiera tenido lugar u atentado. ¿Cómo reaccionaríamos? Qué pensaríamos al respecto de la seguridad de los dirigentes?
Para el caso concreto de Polonia se da la triste casualidad de que el siniestro se ha producido cuando esa delegación viajaba a Rusia para homenajear a los más de 20.000 polacos asesinados por el ejército de Stalin en los bosques de Katyn al inicio de la Segunda Guerra Mundial, en uno de los primeros genocidios cometidos en el marco de aquella crueldad. Dirigentes políticos, militares, científicos, artistas.. lo mejor de Polonia, que huyó ante el avance de las tropas nazis, fue exterminado por los soviéticos. Cruel paradoja que setenta años después la tragedia, en forma de fatalidad, se haya vuelto a repetir sobre la misma nación y sus dirigentes, y de camino al mismo siniestro bosque de Katyn.
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