Ayer por la noche la reunión del eurogrupo en Bruselas dio para muy poco. Se acordó la necesidad de ayudar a Irlanda en un ejercicio conjunto de la Unión y el FMI, pero no se concretó mucho más, y en todo caso se está a la espera de lo que la propia Irlanda solicite, porque esa intervención financiera no puede ejecutarse (en principio) sin que el país solicitado lo pida expresamente. El Primer Ministro irlandés se niega en público a pedir el rescate, y su imagen cada vez me recuerda más a los banqueros de Lehman Brothers que negaban su ruina días antes de hacerla pública.
El título de la entrada de hoy lo he tomado prestado de la intervención que Juan Ignacio Crespo, presidente de Thomsom Reuters España, hizo ayer por la noche en el programa Hoy, de Iñalki Gabilondo en CNN+. Y es que en muy pocas palabras ese es el dilema irlandés y, por extensión, el de todos los países y ciudadanos del mundo. A lo largo de los años de bonanza todos hemos ido contrayendo unas deudas cada vez mayores en la confianza de que el crecimiento ininterrumpido nos las pagaría sin problemas, pero la crisis ha venido a ser la mano que golpea y derrumba ese castillo de naipes y sueños, que pensábamos sólidos, pero que han resultado ser etéreos. Ahora nos encontramos todos endeudados y a merced de quien nos prestó el dinero, como no podía ser de otra manera, y las exigencias de devolución empiezan a ser cada vez más meras extorsiones. En el caso irlandes, el problema no es tanto de la deuda pública del país como del sistema financiero, que era desmesurado para el tamaño de la economía nacional. Las fuentes varían, pero los bancos irlandeses deben varias veces el PIB del país, que sean cuatro o seis da igual. Es impagable. El gobierno, hace dos años, al inicio de esta pesadilla, se ofreció como garante universal de los depósitos y bonos de las entidades irlandesas, de tal manera que se atrapó con ellas e hizo propias sus deudas. Hay empezó el calvario para las cuentas públicas irlandesas, que poco a poco fueron sangradas por los rescates a sus bancos. Se estima que Irlanda acabará el año con un déficit público que rondará el 30% del PIB, sí, 30%, no le sobra un cero. Esas cifras son inmanejables. No hay sacrificios posibles a la población y economía irlandesa que permitan obtener los recursos necesarios para pagar todo eso. La única opción que veo es declarar al país, tanto al gobierno como al sistema financiero en quiebra, establecer un sistema de control de las cuentas bancarias que impida la salida de los recursos, lo que en Argentina se llamó “el corralito”, y que desde organismos supranacionales, UE y FMI, en colaboración con el gobierno irlandés, se trate de ver qué recursos se aportan del exterior, que deudas se pagan cuales no se pagarán y cómo se negocia con los acreedores un plan de salvamento del país. Y esto habría que hacerlo rápido. Mejor hoy por la mañana que por la tarde, mejor hoy que mañana, porque es lo que acabará sucediendo y cuanto más tarde se haga más castigo inflingirán “los mercados” a Irlanda, los periféricos (España entre ellos) y al resto de la Unión. Es inútil resistirse a la subida de la marea.
Esto implica, como no, que el gobierno irlandés deja de ser gobierno como tal, y el país se convierte en un “objeto” tutelado desde el exterior, lo que para la imagen del mismo y la moral de sus habitantes es algo muy duro y difícil de asumir. Algo humillante. Si no se hace, las consecuencias no serán humillantes, sino peores. Si el Primer Ministro irlandés quiere hacer un favor a su país, debe dar su brazo a torcer. Sino pasará a la historia como aquellos otros irlandeses que se jactaban de la insumergibilidad del barco que habían construido en los astilleros de Harland and Wolff de Belfast, de nombre Titanic….
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