Desde que tengo recuerdo me han gustado las noches electorales. Las veía de crío en casa como algo raro, en el que unos señores decían que habían ganado y otros que no habían perdido, y todos intentaban mostrarse alegres, pese a que unos lo estaban de verdad y otros lo fingían muy mal. El confeti, los globos y aplausos formaban el atrezzo de un espectáculo curioso y que era como esas tracas de fuegos artificiales que cierran las fiestas, en este caso el proceso electoral. Como en las noches especiales, a veces uno se iba a la cama sin saber el resultado y se levantaba conociendo a los ganadores y los no ganadores.
Ayer se volvió a repetir este rito con las elecciones catalanas, pero es cierto que las nuevas tecnologías le han quitado algo de la mística que rodea a estas citas, porque en escasas dos horas se puede realizar un recuento que otorgue un reparto de escaños prácticamente inamovible. Ayer hubo cierta discrepancia entre las encuestas a pie de urna dadas a conocer a las 20:00 y el inicio del recuento. La estadística daba la victoria a CiU con más de sesenta escaños y la derrota al PSC con menos de treinta, pero el recuento inicial daba un 57 – 33 más cercano, que dulcificaba la derrota socialista. A medida que el porcentaje de voto escrutado subía también lo hacía la horquilla entre los dos partidos, hasta convertirse en una horca letal para las aspiraciones del PSC y de Montilla. Al final CiU arrasó de calle, con 62 escaños frente a los 28 del PSC y estos fueron el mayor ganador y perdedor de la noche. Entre los segundones ganó el PP, que sube de catorce a dieciocho escaños, una subida apreciable, y más dada la campaña de hostilidad a la que ha sido sometido el partido, pero que no deja de mostrar el escaso papel que esta formación, enorme en el conjunto del país, posee en una región tan importante como Cataluña. Tienen que seguir haciéndoselo mirar. La perdedora absoluta ha sido ERC, que se deja más de la mitad de los escaños, y que es de los miembros del tripartito la que recibe el golpe más duro. La caída de un partido como este, radical, asambleario y que ha hecho de las instituciones una extensión natural de sus dogmas y paranoias es una buena noticia en sí misma, quizás la mejor de toda la noche. Dos partidos que no se han visto muy movidos por el resultado pero que no pueden estar muy contentos son IU Verdes y Ciudadanos. Los primeros han perdido algunos escaños, pero son los menos afectados por el hundimiento del tripartito, y no pueden ocultar el que en medio de la crisis la alternativa de izquierda se encuentra sumida en su propia crisis ideológica e identitaria. La misma denominación del partido, llena de siglas y referencias ecosocialistas indica el cierto berenjenal en el que se encuentran. Ciudadanos repite, vuelve a sacar tres escaños, lo que consolida su posición pero, nuevamente en el periodo de crisis que vivimos, no ha sabido sacar partido del descontento popular, su mensaje no ha llegado mucho más allá de lo que lo hizo hace unos años, y se enfrenta a un escenario de caída suave pero continua si no es capaz de revitalizar y extender su discurso. Se ha agotado el efecto novedad. La frustrada alianza con UPyD se ha mostrado como no lesiva para ellos (en solitario UPyD no ha sacado prácticamente nada) pero deben reflexionar de cara al futuro, tras brindar por haber logrado sobrevivir.
Y Laporta. Laporta ha conseguido cuatro escaños, uno para él mismo, cosa que a mitad del escrutinio no parecía posible. Puse el Viernes a parir a este señor y a su campaña, soez, cutre y Berlusconiana (por supuesto, me reitero) y resulta que se ha convertido en ganador y tiene motivos sobrados para estar contento. Su mensaje, basado únicamente en la independencia catalana, sin referencias ni a la crisis ni como solucionar los problemas reales de los ciudadanos, puede haber servido para aglutinar algo del voto protesta, pero su triunfo es un poco el fracaso de todos los partidos. La que debe estar muy contenta es María Lapiedra. Sospecho como lo habrá celebrado, pero me asalta la duda de con quién...
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