Puede que el tema de debate en el café de hoy en toda España sea el de la ubicación de un partido de fútbol en Lunes en vez de en Sábado o Domingo, y las consecuencias que ello tiene para los aficionados y el conjunto de la galaxia, a veces algo indistinguible, pero yo no voy a hablar de eso, dado que lo importante hoy está sucediendo en Seúl, muy lejos de aquí, y de hecho lo importante no es tanto lo que allí sucede sino lo que allí no va a pasar. No los acuerdos que se hayan públicos en la reunión del G20, sino los temas que no se van a resolver y que van a determinar el futuro, el suyo, el mío y el de los aficionados al fútbol.
En esta crisis mutante que vivimos, que parece cambiar de cara en cada instante, pero que sólo demuestra lo profunda que es y cómo es capaz de afectar a todo, ahora vivimos el capítulo de la guerra de las monedas. Todos los países quieren salir del agujero exportando, y para ello tratan de devaluar su moneda, haciendo que los productos nacionales sean más competitivos en el exterior. No hace falta ser un genio para suponer que si todos hacen lo mismo al final el efecto es nulo, pero por el camino habrá habido algunas zancadillas y tretas muy feas que habrán dejado la confianza internacional hecha unos zorros. Pues en esas estamos. Los americanos devalúan el dólar en nombre del crecimiento económico, los chinos mantienen su moneda, el yuan, artificialmente baja, y los japoneses y europeos recibimos de rebote una apreciación relativa de nuestras monedas que amenaza con frenar en seco el crecimiento exportador de Alemania. A este panorama se debe sumar el que el dólar, como ustedes sabrán, es la moneda de referencia mundial. La mayor parte de las reservas de los países están en dólares, las materias primas se cotizan en dólares, así que una devaluación del dólar tiene profundas y graves consecuencias en todas partes, algunas insospechadas. Ahora mismo se puede estar generando una enorme burbuja en el mercado del oro, que sube imparable por la bajada del dólar y por el miedo al riesgo futuro, y si el billete verde cae más es posible que se organice otro burbujón en las materias primas, petróleo, metales y cereales, por ejemplo. También el que el dólar sea la moneda de referencia mundial hace que su país emisor, Estados Unidos, tenga una capacidad de endeudamiento mucho mayor que la del resto, porque esa moneda siempre será canjeable por cualquier otra cosa de manera directa, dando la máxima liquidez posible al inversor. Pero la depreciación del dólar en el fondo empobrece a los tenedores del mismo, esos inversores internacionales, y hace que sus inversiones dependan en gran parte de lo que decida la FED, la Reserva Federal norteamericana, que lógicamente actúa en función de los intereses de Estados Unidos y no del mundo. En momentos de coincidencia de intereses el problema no es muy grave, pero ante la grave situación en la que nos encontramos las presiones para que la FED devalúe, cosa que en la práctica es uno de los objetivos del QE2, añade esos factores de riesgo antes mencionados al mercado internacional. Este es el problema que debiera tratarse en el G20, y es sobre el que se dirán algunas bonitas palabras en la clausura, pero que sospecho no serán otra cosa que palabras. Salvo sorpresa la cumbre de Seúl será un fracaso, y la utilidad del foro G20, lo que era la panacea hace poco más de un año, está cada vez más en entredicho.
Así, surgen voces sobre la cada vez mayor necesidad de reestructurar por completo el sistema internacional de divisas, se habla de volver nuevamente al patrón oro, cosa que me parece inviable, o al menos establecer al referencia no con el dólar sino con una cesta de monedas o similar. Pero el debate está aún en el plano teórico y hay muchas dudas sobre que sería más efectivo. Hizo falta una guerra mundial para llegar a los acuerdos de Bretton Woods, plasmación parcial de las teorías de Keynes. Ahora no tenemos a Keynes y espero que tampoco una guerra, pero sí la misma necesidad de acuerdos.
Y de mientras, Irlanda está al borde del abismo. Glups……
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