Ayer se produjo una noticia muy alentadora, de esas pocas que me reconcilian con el ser humano y me dan esperanza. La Junta de Andalucía impuso una sanción de 15.000 euros a la empresa que fabrica las pulseras Power Balance por publicidad engañosa. Esas pulseras, que se pusieron de moda hace unos meses, eran vendidas por sus supuestas propiedades médicas, porque otorgaban salud y equilibrio emocional y metabólico. Evidentemente son una estafa, no sirven para nada, excepto para enriquecer al fabricante, y sus propiedades no son sino un catálogo de deseos volcados sobre un anuncio falso. 15.000 euros no son mucho, pero menos es nada.
Este episodio de las pulseritas me enfadó bastante, porque nuevamente veía como otra vez la superstición, la incredulidad y el desconocimiento eran inmensos en la población media, y eso era aprovechado por sinvergüenzas estafadores, como es el caso de los que producen esa pulsera. Se puso de moda llevar esa tontería porque era beneficiosa, cuando no lo es en absoluto. Y eso a la vez que cada uno de los portadores de la pulsera de marras probablemente llevaba en su bolso o bolsillo una colección de dispositivos electrónicos fruto de los mayores avances habidos en tecnología y física. El Ipod y demás reproductores de MP3 son uno de los frutos más avanzados de la mecánica cuántica, uno de los pilares de la ciencia moderna. Su funcionamiento, diseño (y estrategia de ventas) son el compendio de lo más avanzado que pueda imaginarse, y la misma sociedad que crea y disfruta estos aparatos sigue siendo estafada por curanderos y cuentistas que venden milagros y salud en forma de pulseras, piedras magnéticas y otras muchas tonterías. Cada vez, en un contexto donde la autoridad moral está en franca decadencia y cada uno tiene derecho a decir lo que le de la gana sin importarle las consecuencias, la ciencia encuentra más problemas para que su mensaje racional sea escuchado en medio del griterío irracional que nos rodea, y menos mal que la gravedad funciona como la ley que es, sino muchos no dejarían de tirarse por las ventanas porque se creen investidos del derecho a volar (bueno, casi mejor que lo intenten…) Por poner un ejemplo muy claro, en Estado Unidos, donde el tejido investigador y científico es inmenso, poderoso y posee un prestigio indudable, sigue todos los días la batalla contra los creacionistas, un grupo de equivocados que siguen pensando que la vida fue creada directamente por Dios y que la teoría de la evolución darwiniana no es cierto. Es más, los creacionistas poseen grandes recursos financieros porque muchos, algunos millonarios, subvencionan su mensaje, e incluso en algunas escuelas obligan a que los niños estudien esas aberrantes teorías al mismo nivel que la teoría de Darwin. Eso es impresentable, no se puede consentir semejante retroceso intelectual. La teoría de la evolución no es un dogma, porque la ciencia no los posee, pero hoy en día es la mejor explicación que poseemos para comprender el inmenso rango de variedad de las especies vivas que existen en el planeta y cómo han llegado hasta la forma en la que las vemos hoy en día. Puede haber agujeros y fallas en la teoría, y por ello día a día los biólogos y demás científicos que trabajan en ese campo estudian, analizan y recopilan muestras para tratar de pulirla. Ese es el camino, no la imposición de burdas ideas dogmáticas, llenas de ignorancia y, por consiguiente, prejuicios.
Y para fomentar el conocimiento científico y luchar contra esos prejuicios e ideas absurdas todas las iniciativas son bienvenidas. Por ello, desde aquí felicito a la Universidad del País Vasco por haber creado una cátedra de divulgación científica, uno de cuyos fines es luchar contra la irracionalidad, la incultura y la superchería, en la que se incluyen los creacionistas, los de las pulseras mágicas y otro montón de tonterías. Ese es el camino correcto a seguir: investigación, divulgación y promoción del saber y del pensamiento crítico, razonada y basado en un método experimental, y si todo ello se adereza con financiación y formas de comunicarlo a la sociedad divertidas y atrayentes, mejor que mejor.
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