Definitivamente, la central nuclear de Fukushima ha entrado en una situación de descontrol absoluto. Ayer eran cincuenta los valientes, héroes, suicidas, como ustedes prefieran, que permanecían tratando de enfriar los reactores, pero el incendio desatado en el 4 y las emisiones de vapor contaminado han obligado a sacarlos de allí. Por lo que parece ya no hay nadie en la central, así que lo que suceda lo hará por sí mismo. Hay planes para actuar desde el exterior, con helicópteros y grandes mangueras, pero parecen simples paliativos ante la magnitud del desastre que se ha originado.
A medida que Fukushima aumenta de peligrosidad crece el debate nuclear y, no les voy a engañar, es un grave error. Aún no tenemos claro que es lo que allí ha sucedido, cómo la combinación terremoto – tsunami ha causado el desastre, y lo que es más importante, cómo va a acabar todo esto. Es cierto que nos falta saber el grado de desastre que se alcanzará, pero es importante, y no tiene sentido tomar decisiones precipitadas por un hecho relativamente fortuito, al que se ha mezclado con electoralismo barato. Aquí al que me ha sorprendido, y para mal, ha sido Ängela Merkel, decretando el cierre preventivo de siete centrales antiguas, y la causa no es otra que las encuestas dan que puede perder las próximas elecciones federales, dentro de unas semanas. Si para ganar debo cerrarlas, aprovechándome de la tragedia, lo hago. Y si luego gano ya veré si las pongo nuevamente en marcha o no. Este es el deprimente nivel del debate nuclear en nuestro continente, debate que siempre ha estado presente en nuestras sociedades, pero en lo que todos hemos estado de acuerdo es que nuestro tren de vida se debe mantener “como sea”. En Francia las centrales nucleares cubren el 75% del consumo eléctrico del país. En España la cifra se sitúa en torno al 20% de nuestro consumo, y no se paran nunca. ¿Las cerramos? Bien, y ¿Cómo sustituimos nuestro 20%? ¿Con petróleo libio? ¿Con gas? ¿Con molinos, eficientes si hay viento e inútiles cuando no sopla? Supongo que Merkel habrá previsto alternativa para esas siete centrales, aunque si es una jugada política para engañar al votante las podrá arrancar otra vez en breve plazo y sin muchas consecuencias, jugando durante algunas semanas con las reservas de petróleo y gas. Una vez que el episodio de Fukushima haya terminado, habrá que estudiarlo y serán los técnicos y economistas los que determinen si una central nuclear es segura y rentable, y después la sociedad, sus políticos, deberán decidir. Pero achacar la inseguridad de la tecnología nuclear a que no ha resistido un terremoto de grado nueve y un tsunami se me antoja ridículo. Pensemos en serio, ¿cuántas presas y pantanos soportan un terremoto así? ¿Cuántas refinerías y depósitos de combustible? Piense uno en Petronor, cerca de Bilbao, o en las pantallas de hormigón de los embalses extremeños y del Duero, y póngalos a temblar no ya a nueve grados, sólo a cinco o seis, veremos a ver cuáles siguen en pie. Por ello ¿debemos volar las presas? ¿Son peligrosos los embalses? Es cierto que todo lo nuclear tiene un componente de terror psicológico inevitable, el hongo, el fin del mundo, y por eso el debate debe hacerse después de Fukushima, no durante.
Lo que ya es de traca es el comportamiento de la Comisión Europea. Declarar esto como apocalíptico, como ha hecho el comisario de energía, es una frivolidad que raya con la estupidez. Así mismo, la idea de hacer test de estrés a las centrales me parece psicodélica. Eso funciona para los bancos vía hoja de cálculo, pero ¿Cómo se testa una central? ¿Se manda a Bin Laden y sus chicos para que atenten contra ella? Se le corta la luz y experimenta a ver que pasa? ¿Se le inunda? ¿se le sueltan algunas tuercas a las válvulas? Por favor, un poco de seriedad, que esto es grave…..
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