Ya he vuelto de vacaciones, y lo he hecho en el día prometido, lo que en sí ya es una noticia en este año. No ha pasado nada trascendente por Elorrio, pero la actualidad se ha acelerado, aún más si cabe. Vivimos días de vértigo y no damos abasto para enterarnos, y mucho menos digerirlo. La sentencia de Sortu de ayer era previsible, y la dimisión de Sócrates al frente del gobierno portugués también, como remate de un guión triste que conduce a Portugal hacia ese abismo que todos los periódicos mencionan. Veremos si somos arrastrados en su caída.
Pero lo que ha sido de guasa durante estos días, muy cruel, es el asunto de Libia. Todo empezó el Viernes con una resolución de la ONU que amparaba la intervención aérea, con la abstención de China y Rusia. Esa resolución fue para mí toda una sorpresa, positiva, porque nunca pensé que llegara a producirse en esos términos. A partir de ahí se esperaba el momento de la intervención, cosa que se produjo el Sábado por la tarde. Volvieron a los telediarios esas imágenes, quién sabe si son siempre las mismas, de cruceros navales disparando misiles y de trazaderas en el cielo provenientes de baterías antiaéreas. Ver los aviones occidentales frente al ejército de Gaddafi me hacía sospechar que esto iba a durar poco. Pero no, las arenas del desierto libio esconden muchas sorpresas, y han hundido mis previsiones. Resulta que el propio Gaddafi no es un objetivo militar en sí mismo, ni su propio régimen. Los bombardeos pretenden parar la masacre que realizan las tropas del dictador sobre los sublevados, pero nada más. Y en esta indefinición los mercenarios a sueldo del coronel de Trípoli siguen contando con una ventaja evidente. Además, a los dos días de intervención, se suscitó un debate inaudito en el caso de los militares, que es saber quién manda en el ataque. De momento EE.UU. es quién coordina todo, pero desea retirarse a un segundo plano para no perder el apoyo de los países árabes. Italia y Reino Unido desean que sea la OTAN quien dirija las operaciones, pero Francia y Alemania se niegan, el primero porque aspira encubiertamente a ser él solo el líder de la operación y el segundo porque en este negociado pretende no hacer nada. Y España no opina y hace lo que le manden, sea quién sea el que lo haga. Ante el barullo organizado Italia amenaza con dejar de prestar apoyo y bases de ataque, fundamentales, Turquía, socio de la OTAN, se muestra cada vez más contrario a todo lo que se proponga, Noruega, que mandó unos aviones como presencia testimonial, los ha retirado, y el desbarajuste es total. No hay portavoces que nos cuenten (o falseen, como prefieran) lo que sucede día a día, las televisiones se han llenado de militares en la reserva que nos cuentan cosas porque los que están en activo no saben que contar, y de paso China sigue protestando y Rusia también, aderezado todo ello con un enfrentamiento entre Putin y Mevdeved, por primera vez en público, sobre el alcance y dimensiones de la intervención. En fin, un absoluto caos en el que los aviones despegan, bombardean posiciones y vuelven, pero no tienen claro ni qué es lo que hacen ni para que sirve.
¿Y qué hace Gaddafi entre tanto? Soportar los golpes y seguir a lo suyo, que es recuperar posiciones, liquidar opositores y matar a todo lo que se le ponga por delante con tal de seguir en el poder. Sería muy cruel que después de todo eso los rebeldes, ese grupo armado del que nada sabemos, empezando por dónde obtienen su armamento, fuesen derrotados en tierra y que los aviones de la OTAN (o lo que sea) patrullasen sobre un Libia reconquistado por Gaddafi. Una pesadilla. De momento entramos en el sexto día de bombardeos, y desde hace ya alguno todos los aviones del dictador están destruidos, pero quién lo diría viendo el parte de esta guerra.
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