Lo que son las cosas. Hace pocos días los medios de comunicación nos contaban la historia de la revuelta libia como un continuo avance hace Trípoli, y los intentos de respuesta del régimen de Gaddafi se trataban como torpes e inútiles maniobras. Hoy el discurso ha cambiado bastante. La guerra sigue, los muertos y heridos no dejan de sucederse y la imparable revolución poco puede hacer ante el ejército del coronel que, aunque débil y anticuado, posee un arsenal y entrenamiento profesional. Pasan los días, todo se complica, y aún no sabemos qué queremos o podemos hacer.
Una vez visto que las amenazas de juicio internacional a Gaddafi y sus secuaces no parecen haber hecho mucha mella en el dictador, vaya sorpresa, se vuelve a hablar de intervención militar en la zona, pero con muchas condiciones. La guerra de Irak causó destrozos no sólo en Bagdad, sino en toda la estructura de relaciones internacionales. Desde entonces una intervención occidental es mucho peor vista por terceros países, especialmente islámicos, y se llegó a un débil consenso por el que una acción sin el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU no podía ser legítima. Siempre he estado en contra de esta interpretación, y las arenas libias muestran hasta que punto puede ser paralizante. El diseño y composición del Consejo, tal y como existe hoy, es arcaico e inútil. En caso de presentar una resolución que avale una intervención, aunque sea muy “light” siempre será vetada pos Rusia y China. Ambos países se niegan porque, como son regímenes dictatoriales, no ven con buenos ojos que un compañero de dictadura sea abatido. Además a Rusia el viene bien que un competidor en el mercado de la exportación de petróleo pase por apuros, y si encima es un suministrador de su cautivo mercado europeo, mejor que mejor. Así, no veo como puede ser posible una resolución que permita actuar en Libia. Ante eso, ¿qué se puede hacer? Circulan dos ideas por ahí. Una es que los occidentales suministremos armamento a loa rebeldes, para que puedan usarlo contra Gaddafi. Es una manera de intervenir sin hacerlo, que exigiría el permiso de los países vecinos, o al menos que sus fronteras fuesen permeables, pero al final deja el peso de la guerra en el bando de unos rebeldes poco preparados. Es un parche que, a mi modo de ver, alargaría el conflicto pero no garantiza la derrota de la dictadura. La otra opción es el plan de exclusión aérea, que exige una intervención real de los cazas occidentales, con el objetivo de bombardear aeropuertos, bases militares e instalaciones de rádar del ejército libio, para impedir que aviones de Gaddafi puedan volar, bombardear y arrasar poblaciones sumadas a la revuelta. Nivelaría mucho el terreno de juego, por así decirlo, y sería un efectivo recordatorio a Gaddafi de lo que le espera cuando sea derrotado. Eso sí, sería un acción militar pura y dura, sin soldados occidentales en Libia, pero con bombardeos y muertos. Me parece la mejor opción. Para llevarla a cabo, eludiendo la ONU, se debiera negociar con la Liga Árabe, aunque sea poco representativa, para que solicite la intervención o, al menos, garantice que no se opondrá a la misma. En estas condiciones estaríamos ante un caso muy similar al de Kosovo y, como entonces, podría darse inicio a la operación y, como allí sucedió, sin resolución que lo ampare.
La operación debiera hacerse en nombre de la OTAN, realizada en su mayoría por aviones norteamericanos, contando con el respaldo logístico de España, Italia, Grecia y Turquía, las bases más cercanas al territorio libio. Y debiera hacerse ya, porque la carnicería continúa en el terreno. ¿Qué opina ante este escenario el gobierno de España? ¿Y la oposición? Oír ayer a Marcelino Iglesias (PSOE) y Dolores de Cospedal (PP) balbuceando como pueriles iletrados pillados por un tema del que nada saben, sin ser capaces de dar respuesta alguna, era buena muestra de que es lógico que no pintemos nada en la toma de este tipo de decisiones. Así que nada, a acatar y hacer lo que nos diga la OTAN.
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