Ayer me pasé todo el día en Aranjuez, con motivo del cumpleaños de mi amiga ABG, natural de allí. Para celebrarlo decidió invitar a algunos amigos a su casa para comer allí y pasar la tarde. Tenía mis dudas de si ir o no, dado lo problemático que soy para las comidas, pero al final ABG insistió, y acudí, y como me suponía di el espectáculo de “esto no me gusta, pero es que aquello menos” que me acompaña vaya donde vaya. Si exceptuamos eso, la jornada fue placentera y me lo pasé muy bien, incluso sin meterme en la piscina, cosa que hicieron varios de los presentes.
Y es que ayer fue un día de primavera precioso, en el que el cielo dio muestras de todo lo que es capaz de hacer, creando incertidumbre pero mostrando belleza en todo momento. Al salir de Madrid, a media mañana, el cielo despejado que había cuando me levanté era ya un conjunto de nubes gordas y apelotonadas entre tímidas baldosas azulonas. Llovió durante unos pocos minutos, con sol de refilón, en la puerta del Sol, creando una imagen curiosa, con las lonas del campamento del 15M brillando entre las gotas que caían. Cogí el tren y en el trayecto el chubasco desapareció, y el cielo se fue nublando a medida que me acercaba a Aranjuez. Una vez llegado estaba la madre de ABS esperándome para subirme a su casa, sita en una urbanización en lo alto del pueblo, y allí el sol pegaba de lo lindo. El plan era comer en la terraza anexa a la casa, donde un parasol protegía de la posible lluvia. Había cúmulos interesantes, apelotonados pero aislados, que finalmente descargaron una breve tormenta a eso de la 1:30, intensa, pero suficientemente rápida para que el toldo resistiese y, una vez pasada la lluvia, pudiéramos comer al aire libre, como era el plan inicial. A medida que comíamos y charlábamos, la temperatura iba subiendo, y a eso de las 15 el sol pegaba con una fuerza enorme. La atmósfera, reluciente tras el baño de la tormenta, dejaba pasar los rayos con toda su intensidad y el mediodía primaveral iba a dar paso a una tarde de auténtico verano. Tras la comida llegó la hora de la piscina, que dado el calor que hacía fuera se agradecía. Yo no me bañé, pero estuve por allí de charla, y a al avanzar la tarde la temperatura se calmó y a eso de las 18:30 se estaba en el jardín de maravilla. Corría una suave brisa y M, el niño recién nacido de EPV, una de las amigas de ABG, estaba con su madre al borde de la piscina, remojándose los pies y disfrutando sin pasar frío ni nada, encantado de la vida, como todos los demás. Todas las cosas buenas se acaban, sí, y cuando EPV bajó con el niño para su casa me llevó a la estación, donde cogí el tren de vuelta a Madrid. En el trayecto el sol estaba ya muy bajo, y creaba unos efectos de luz maravillosos, especialmente en la primera parte del trayecto, poco urbanizada. Llegué a casa antes de las 22 y me puse a leer los periódicos del día, que estaban a medieempezar, y a medida que la noche avanzaba los rayos de fondo crecían, sin que se oyera tormenta alguna, pero el reflejo de alguna muy intensa se notaba en el cielo de mi barrio, que parecía el escenario de una pasarela llena de flashes. En alguna parte debe estar cayendo una buena, pensé, y así era. Y efectivamente, en el este de la ciudad.
Me fui a la cama cerca de las 24:00, pero eso no se iba a quedar ahí, no. La tormenta decidió darse un garbeo por mi barrio y a eso de las 2:10 de la mañana ha caído un potente chubasco con rayos, truenos, viento y todo lo que uno pueda desear. Estaba yo en la ventana mirando la tormenta, con mi habitual cara de asombro y admiración ante estos fenómenos, y pensaba la suerte que había tenido ABG de poder celebrar el día de su cumpleaños con las personas queridas, que tan lejos están de donde ella vive y trabaja, que suerte habíamos tenido los que a su llamada acudimos, y qué precioso día (y noche) de primavera nos había tocado en suerte.
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