La imagen de Dominique Strauss-Khan, DSK, detenido en Nueva York y confinado en una cárcel ha dado la vuelta al mundo. DSK es uno de los hombres más poderosos del mundo, al cargo de una institución, el FMI, que es capaz de ordenar a gobiernos y países al respecto de la economía y, en definitiva, de su forma de vida. Acusado de algo tan serio como un delito de acoso y violación de una camarera de un hotel, verlo esposado camino de su celda, a la espera de una vista judicial este viernes con mala pinta para sus intereses, induce a múltiples reflexiones de tipo económico, político, tanto en el mundo global como en Europa y Francia.
Pero no quiero referirme hoy a todas ellas, muy importantes, sí, sino al problema moral, al de la decencia del mandatario, que DSK ha violado, aunque está por ver si mediante una violación física real. Hay un libro que tengo pensado comprar para este verano escrito por Javier Gomá y que se titula “Ejemplaridad pública” y que tengo entendido va sobre los atributos morales que deben tener los dirigentes de cara a que su discurso sea entendido y acatado por la población, más allá de la legitimidad que tenga la elección de su cargo. Y en estos tiempos sobran mandatarios, gobernantes, dirigentes, en todos los ámbitos de la vida, pero falta esa ejemplaridad de una manera escandalosa, humillante si se me permite. Es triste, pero en el documental Inside Job (vayan a verlo, vayan a verlo, vayan a verlo) era DSK uno de los entrevistados que más y de manera más convincente abogaba por una vuelta a la ética, a los principios morales, que evidentemente habían estado ausentes en todas las decisiones que han provocado esta crisis que vivimos. Reclamaba DSK un rearme moral de los políticos, banqueros, empresarios, consumidores, dirigentes internacionales y era imposible que con el énfasis con el que lo expresaba no te convenciese, a pesar de lo obvio que era su discurso. Pues bien, la escena de DSK entrando en un coche policial, los relatos de acoso, agarrones en los pechos, intentos de forzar felaciones y demás asuntos muestran a las claras, otra vez, la existencia de esa doble cara que hace que el ciudadano de a pie piense que estamos dirigidos por una panda de mandantes y caraduras. A esto se debe sumar, pocos lo han comentado, que la habitación del hotel que ocupaba DSK en Manhattan tenía una tarifa de 3.000 dólares la noche, que al parecer pagó de su bolsillo, y no lo cargó a la cuenta del FMI. Es muy conocido el elevado tren de vida del que disfrutaba, y alardeaba, el personaje, a quién el apellido de socialista probablemente le sirviese para eludir las críticas que causaría esa ostentación en otros casos, pero las preguntas son obvias. ¿Qué contacto con la realidad puede tener alguien que se gasta 3.000 dólares por dormir una noche en un hotel? ¿Cómo puede esta gente decidir al respecto de los recortes y medidas de austeridad que se deben tomar en esta crisis desde su posición? Es más, llegando al asunto de la ejemplaridad, ¿cómo puede alguien demandar austeridad desde una posición de riqueza tan evidente? Es obvio que su discurso se derrumba, porque aquí la frase del evangelio de “por sus hechos les conoceréis” se vuelve acusadora, sin posibilidad de huída ni de evasión.
El caso de DSK es si ustedes quieren, extremo, rayano en la impudicia, y muestra además la profunda estupidez del personaje, que tira su carrera política, inmensa, por un cutre deseo carnal, del que al parecer ya tenía muchos antecedentes. En estos tiempos de crisis, de decadencia, es evidente que necesitamos un rearme moral, mayor que el financiero. No podemos seguir con discursos provenientes de lo alto que son incumplidos por quienes los desarrollan. Esto a la larga genera una fractura entre la sociedad y sus dirigentes, y eso es peligroso. Empiezan a manifestarse síntomas evidentes de eso en España.
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