Ayer le fue concedido al escritor estadounidense Philip Roth el premio Booker, galardón que reconoce no una obra en concreto, sino una carrera dedicada a la escritura. Competían con Roth otros muchos escritores de renombre, entre ellos el español Juan Goytisolo, pero cuando me enteré me dio un alegrón como si se lo hubiesen dado a mi hermano, o a mi mejor amigo, y es que la relación que mantengo con Philip Roth es tan intensa, entrañable y profunda como si de la novia se tratase, que adoras, miras con cariño, que a veces te hace sufrir, pero que no puedes dejar nunca porque con ella eres mejor, y sin ella no eres nada. Así es leer a Philip Roth.
Y es que Roth es un escritor magnífico, pero no sólo por su estilo. Situado ya en los setenta, representa, como Woody Allen o Clint Eastwood el espíritu de los viejos que se resisten a abandonar el escenario, empujados por jovenzuelos, muchos cargados de energía pero incapaces de articular frases con sentido. Desde hace algunos años realiza el ejercicio de mandar una novela al año a sus editores, lo que hace que sus textos sean más cortos que en la década de los noventa, pero igual de densos, profundos y transgresores. Sus obras son muy conocidas por el gran público, y probablemente sea su trilogía americana, “Pastoral americana”, “Me casé con un comunista” y “La mancha humana” las más famosas y alabadas. Muchas de sus novelas transcurren en Newark, ciudad sita en frente a Manhattan, en el estado de Nueva Jersey, tradicional lugar de industrias, comercios y residencia de trabajadores de clases bajas y medias, muy cerca del glamour de la quinta avenida pero a veces tan lejos como sea capaz uno de imaginarse. Judío, ejerce como tal en sus novelas, pero muchas veces para criticar, reírse y ridiculizar los aspectos más profundos de esa fe y forma de vida. Su personaje principal durante muchas novelas y años ha sido Nathan Zuckerman, un escritor ficticio, que consigue cargos en la universidad pero se ve expulsado de ella por acoso, que debe acudir a tratamiento psiquiátrico continuamente para curar sus fobias, ansias sexuales inacabables, represiones y demás angustias, que no logra encontrar la felicidad en ninguna de sus relaciones de pareja, y lleno de matices que lo conforman como un personaje complejo e indescriptible (al menos yo soy incapaz de hacerlo). Y luego hay montones de novelas de temáticas muy diversas, divertidas como “El Teatro del Sabbath” de denuncia política como la ucronía ”La conjura contra América” , desbordantes como “El mal de Portnoy” donde se recoge la mejor descripción de una masturbación en el baño que uno pueda imaginarse (o incluso realizar) y así podía seguir durante mucho tiempo. Las últimas son, como señalaba antes, más cortas, y en ellas abundan personajes mayores, setentones decrépitos, aquejados de próstatas que les proporcionaron placer en su juventud y que ahora sólo les dan sufrimiento y generan vergüenza cuando no pueden evitar mojar los pantalones, pero que siguen siendo personas llenas de vida, de deseo sexual inabarcable, de compromiso político y social, y que ven como si antes no les hacían caso por sus ideas, ahora tampoco se lo hacen por su aspecto y edad. Son historias donde la actualidad económica, política y social están muy presentes, y desde un punto de vista crítico. Son maravillosas.
Y además, escritas de una manera que parece sencilla pero es tan fascinante como supongo difícil de componer. Roth puede desarrollar en una página el avatar de un personaje y dotarle de una profundidad que muchos autores no serían capaces de hacer en todo un libro. Prueba de ello son novelas como “Sale el espectro” o “Indignación”: Esta última, cuyo título no se relaciona con las revueltas que vivimos, es impresionante. La recomendé hace un año encarecidamente a todos mis compañeros de trabajo, y no tuve mucho éxito (como les pasa a mis recomendaciones) pero créanme. Cómprenla, está barata en bolsillo, y dense el gustazo de introducirse en sus páginas. Saldrán cambiados, sofocados, impactados….
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