Lo que el fin de semana pasado era una cosa anecdótica, con algún fallecido en Alemania, y muchos chistes sobre el pepino, se ha transformado ya en toda una guerra comercial que amenaza con llevar a la ruina a gran parte del campo español, a cuenta de la supuesta intoxicación por la bacteria E.coli que sufrió una partida de pepinos españoles importados en Alemania. Las dudas sobre el caso son grandes, parece claro que Alemania ha tirado la piedra contra el tejado español antes de saber realmente de donde proviene el foco, y de mientras ya son más de una decena los muertos, el miedo se extiende por Europa y las plantaciones españolas.
Se puede ver este caso desde la perspectiva sanitaria y la económica, ambas interesantes. Por la parte puramente médica no parece que las partidas contaminadas lo estuvieran en origen, sino que se ha producido un error en la manipulación en el proceso de transporte de la carga hasta el mercado donde se vendió, en Hamburgo. Aquí entra en juego una palabra bonita pero que me sigue pareciendo que necesita calzador para ser dicha, que es trazabilidad, concepto moderno que hace referencia a la información que permite conocer como cualquier producto que adquiramos, alimento o mecánico, ha llegado hasta nuestras manos, qué procesos industriales ha sufrido, en que fechas, lugares, etc. Teóricamente la trazabilidad perfecta permite recorrer la cadena inversa, en este caso desde la mano de la señora alemana que compra el pepino hasta el agricultor almeriense que lo ha cultivado en el invernadero, pasando por toda la cadena logística que ha unido esos dos puntos tan distantes. Habrá pues que determinar en qué punto de ese camino trazado se torcieron las cosas, y se produjo la contaminación del producto. Puede que fueran pepinos españoles, sí, pero si el mal se hizo en un hangar alemán o en un camión que los llevaba, o en un proceso de carga y descarga, apuntar a la nacionalidad del producto es, como mínimo, irresponsable. Ayer el gobierno alemán afirmó que la denuncia del origen español del pepino provenía de las autoridades regionales de Hamburgo, donde se inició el foco, pero no del gobierno federal, una forma elegante de echar balones fuera pero que no ayuda mucho. Habrá que esperar a ver que dicen los análisis. De todas maneras el daño económico, la otra pata del asunto, ya está creado, y puede ser enorme. Se habla de cifras de pérdidas de 200 millones de euros semanales, con un mercado europeo paralizado, en el que uno tras otro, distintos países van cerrando sus fronteras a los productos de la huerta española por si acaso. El último fue Rusia, ayer por la noche, y pese a que la Comisión Europea afirma que no hay razones para cerrar los mercados, la realidad es que ya lo están. La industria de la verdura española, que da trabajo a decenas de miles de personas, que es intensiva en tecnología, basada en los invernaderos, y que exporta un porcentaje inmenso de su producción, se enfrenta a un grave peligro. No son sólo las pérdidas que esto pueda causar los días en los que la noticia siga en portada, sino el riesgo de que surjan posibles competidores que hasta ahora no le hacían sombra y que, aprovechando el río revuelto, metan baza. No se si habrá pepinos marroquíes, turcos, chinos o indonesios, porque la verdad es que desconozco casi todo sobre este tipo de producto y comercio, pero es evidente que de haberlos deben estar brindando con champán. Ahora que hablamos de la necesidad de exportar para salir de la crisis, el agroalimentario es uno de los sectores españoles que más y mejor exporta, y desde esta semana se enfrenta a una grave crisis que puede hacer mucho daño. Va a hacer falta que salgan muchos políticos españoles comiendo pepino en la tele para tratar de amortiguar el golpe.
Pero más allá del cierre sanitario de la frontera, el miedo a la contaminación esconde un ramalazo proteccionista, comprensible por las muertes habidas, pero que no deja de ser preocupante. Con lo que ha costado crear un mercado interior en la UE abierto y libre y un rumor sobre un pepino genera un instantáneo rechazo a los productos de un país de la unión, siendo aún oscuro el origen y causa del brote. Si finalmente el origen de la contaminación es Alemania, ¿cerrarán todos los países sus fronteras a los productos alemanes con la celeridad con la que lo han hecho a los españoles?. Nuevamente Bruselas y sus instituciones se ven superadas por la actuación descoordinada de los países europeos. Toma pepinazo a la Unión.
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