Cuando hablamos de políticos, crisis y decepción nunca nos reparamos en que más allá de las personalidades que llenan los medios de comunicación todos los días hay muchas, miles de personas, que trabajan y se esfuerzan para hacer lo mejor por su país, desde los puestos de responsabilidad que les ha tocado. Habrá allí incompetentes y genios, vagos y trabajadores inmensos, de todo, pero casi nunca se les conoce. A veces disfrutan de momentos e gloria, pero luego son arrinconados, pese a su ganado prestigio, no hacen ruido cuando se van.
Eso es lo que pasó ayer con la muerte de Luís Ángel Rojo, noticia de la que me enteré mientras cenaba viendo el telediario de la noche. Rojo, el profesor Rojo, como le llamaban muchos, murió en Madrid a los 77 años, sin que me constase que estuviera enfermo ni nada y sin referencia alguna a la causa de su deceso. Entre sus múltiples e importantes actividades, Rojo fue Gobernador del Banco de España desde 1992 a 2000, la cusa que le hizo relativamente popular en aquellos años. Suya fue la decisión de intervenir un Banesto que, dirigido por Mario Conde, se encaminaba a la quiebra, a finales de 1993. Aquello hizo que los medios se fijasen mucho en él, y se encontraron a un personaje muy poco atractivo para las crónicas periodísticas. Serio, formal, rigurosos, de hablar pausado, sereno, contundente en sus cifras y exposiciones, esquivo ante la polémica, reflexivo y educado, Rojo era un hombre gris, profesional, austero y dedicado en cuerpo y alma a su trabajo. Allí no había ni gomina ni espectáculo ni rastro de los tiempos de la “beautiful people” que encabezó, entre otros, su predecesor, Mariano Rubio. No era un espectáculo ni lo generaba, y los focos huyeron rápidamente dado lo poco que podían rascar allí. Y es que Rojo era, por encima de todas las cosas, un profesional comprometido con sus obligaciones, así de sencillo, y de difícil de entender, visto lo visto. Desde su puesto de responsabilidad en el inmenso palacio que ocupa el Banco de España Rojo tuvo dos líneas principales de trabajo. Aumentar la supervisión y garantías de las entidades ante futuras quiebras, visto lo sucedido con Banesto, y preparar el sistema monetario español para la entra del Euro, hecho que se produjo en 2002, dos años después de su marcha de la institución. Estas dos tareas eran retos enormes, que exigieron un esfuerzo inmenso a Rojo, su equipo, y el conjunto del sistema financiero español. Suya fue al idea de crear un sistema de provisiones genéricas que aumentase la fortaleza de las entidades ante posibles crisis, sistema del que tanto se ha presumido en estos tiempos de debacle financiera, y que probablemente haya sido la causa de que los bancos españoles hayan aguantado el envite de la crisis mejor que entidades de otros países. En su momento las entidades se quejaron mucho, porque esto les podía restar beneficios y penalizarles ante los competidores extranjeros, pero el tiempo ha dado la razón, y de que manera, a Rojo. En lo que hace a la incorporación al euro, el trabajo de Rojo fue aún más importante si cabe. En colaboración con el Ministerio, logró estabilizar la inflación, uno de los requisitos requeridos por Maastricht para acceder a la Unión Monetaria, y su labor de años fue recompensada con la vicepresidencia del Instituto Monetario Europeo, antecedente del Banco Central Europeo.
Pero es que además Rojo era un hombre renacentista, amante de todas las artes y colaborador de múltiples instituciones. Era Académico de la lengua, sillón f minúscula, y Académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En los últimos años formó parte de consejo de administración de entidades como el Banco de Santander, pero más en categoría de consejero que de gerente con poder decisorio. Su muerte, toda una sorpresa para mi, es una mala noticia. Se va uno de los grandes de la economía española, una buena persona y un ejemplo de los profesionales que necesitamos, más que nunca, en medio de esta desolación financiera y moral en la que vivimos.
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