Egipto ha vuelto a llenar portadas en los medios de comunicación, pero esta vez no por las consecuencias de su revolución (bueno, un poco sí, luego me explico) sino por un grave incidente en un partido de fútbol que se ha saldado con el escalofriante balance de algo más de setenta muertos y cientos de heridos. Una riña en las gradas, una invasión de campo, el pánico de la masa tratando de huir, todo se ha juntado para que en el ciudad de Port Said se haya vivido un drama de grandes dimensiones, y que de paso cuestiona seriamente la situación social y política en la que se encuentra el país.
Y es que, pese a que no hay duda de que este tipo de incidentes, afortunadamente mucho menos graves, suceden en todas partes, gracias a que el fútbol es el refugio predilecto de una gran cantidad de descerebrados que acuden a los campos a hacer gamberrismo, no es menos seguro que el clima de enfrentamiento que vive la sociedad egipcia desde la caída de Mubarak ha contribuido a que estos sucesos sean mucho más graves. Las informaciones son confusas, y se mezclan los que describen todo como puro vandalismo de hinchas que desean acabar con el equipo contrario hasta quienes ven la mano de los promubarak o antimubarak detrás de esto, o al menos aprovechándose de lo que pasaba en las gradas y el campo. En todo caso en Egipto se suceden manifestaciones que acaban en algaradas violentas, reprimidas a veces con gran sadismo por parte de la policía y el ejército, y que muestran que ese país se encuentra sumido, sino en el caos, en una peligrosa situación de descontrol. El resultado de las últimas elecciones, en las que los Hermanos Musulmanes, los moderados (es un eufemismo) han ganado de calle, y en las que los musulmanes radicales (aún más) han quedado segundos han puesto muy nerviosos a los analistas internacionales y a gran parte del pueblo egipcio ante el rumbo que puede tomar su revolución. Ahora celebramos un año de lo sucedido en la plaza Tahir, tomada por una multitud mayoritariamente laica, en la que el islamismo ni estaba ni se le esperaba, que con consignas no occidentales, pero sí poseedoras de aires de libertad, logró forzar la caída del régimen de Mubarak y abrió una puerta a la esperanza. Un año después se precia lo difícil que es construir un régimen democrático en un lugar en el que el dictador ha caído, cierto, pero en el que las estructuras de poder que lo sustentaron siguen plenamente operativas. El ejército egipcio se resiste como gato panza arriba a ceder un ápice de su inmenso poder, y sigue arropándose el papel de garante de todo lo que suceda, y el mundo islamista, que observaba desde la distancia los sucesos de Tahir, tomó buena nota de todo y ha sabido explotarlo en su propio beneficio. Los rumores que hablan de un cierto entendimiento entre los mayoritarios Hermanos Musulmanes y parte del ejército han soliviantado a muchas clases medias laicas de Egipto, que ven como su revolución puede acabar siendo frustrada, dominada por aquellos que ni participaron en ella ni hicieron nada para apoyarla en los momentos difíciles. Súmenle a todo esto un año de incidentes que deja rencores y venganzas dispersas por todas partes, y una situación económica muy mala, con el turismo, industria nacional, herido de gravedad por todo lo sucedido, y la consecuencia es una altísima tensión social que puede saltar en un campo de fútbol o en un mercado.
Todas las transiciones tienen momentos en los que parece que todo se va a ir a la porra. En España hubo momentos tras la muerte de Franco en los que parecía que todo ese esfuerzo camino a la democracia podría verse frustrado, y como muestra este artículo en el que Martín Villa rememora la trágica semana del asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, y al final, afortunadamente, fuimos capaces de superarlo y alumbrar una nación libre y democrática, ETA al margen. Es obvio que la situación de Egipto es más profunda y compleja que la que vivía España en los setenta, y encara problemas de mucha mayor gravedad, tanto política como económica y social. Lo del fútbol es un síntoma del mal que aún late en aquel país, y que debe ser capaz de corregir. De lo contrario su futuro se tornará muy complicado.
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