El año pasado se murió Amy Winehouse, de manera repentina, culminando una breve y brillante carrera musical llena de éxitos, excesos y escándalos personales. No llegó ni a los treinta. Ayer fue Whitney Houston la que falleció. Sus carreras no son comparables, ni su éxito y fama, pero sí su misma trayectoria, que las llevó a lo más alto en su estilo, las hizo famosas en todo el mundo, a Houston era una celebridad absoluta, y su bajada a los infiernos las iguala en decadencia y tristeza. Ambos nombres ya son leyenda, e imagen de un mundo, el de la música, donde parece anidar el malditismo y la fatalidad.
No voy a decir que era esperada, pero el tono de sorpresa al anunciar su muerte me parece, en algunos casos, fingido. Desde hace años las apariciones de Houston, contadas, eran lamentables, tanto por el aspecto que ofrecía como por compararlas a las de sus años de gloria. A principios de los noventa era todo, absolutamente todo, en el plano musical, comercial y personal. Incluso se produjo un inmenso videoclip musical llamado “El guardaespaldas” cuyo único objetivo era mostrarse cantando en todo el mundo, acompañada de Kevin Costner, que en aquella época estaba en el olimpo de Hollywood, para darle al conjunto una imagen de película más digna. La cinta fue un éxito monumental, arrasó en taquilla, y su banda sonora se oía en las discotecas y lavabos de todo el mundo. Sólo Michael Jackson lucía más en el firmamento musical que ella. Ese fue su momento culminante, el que nunca volvió a alcanzar. A partir de ahí comenzó una acelerada caída en la que las drogas, la violencia y la destructiva relación con su marido, Bobby Brown, la llevaron al fondo de un pozo del que nunca pudo salir. Sus discos empezaron a sonar un poco menos y su nombre salía rotulado en imágenes en las que la policía y los juzgados llenaban la escena. Discusiones, peleas, abusos, Houston fue diluyéndose poco a poco, en medio del escándalo. Su figura física también se deterioró, y la imagen de una chica joven, plena, de inmensa y brillante dentadura, fue dando paso a una mujer de rostro triste, demacrado, y sucios dientes producto de todo lo que ingería, bien por placer o como vía de escape ante el fracaso de su mundo. Y en un momento dado, a principios de la década de los ceros, el nombre de Houston ya no se asociaba a la música, sino a las clínicas de rehabilitación (un día tengo que escribir sobre esta patochada) las libertades condicionales y la indigencia. Se vieron imágenes de Whitney deambulando por Los Ángeles, como una pordiosera, viva imagen del homeless anglosajón, que nadie hubiera podido suponer de conocerla entonces quién era y de donde venía. Algunos amigos se acordaron de ella pero, como sucede en tantas ocasiones, la mayoría le olvidaron y le dieron la espalda una vez que de su chequera no salían fondos sino deudas. Fueron varios los rumores de que se iba a morir, pero luego volvía. Tuvo numerosos intentos de volver a cantar, pero sus apariciones era una pálida y triste sombra de lo que fue. Su voz portentosa, infinita, se perdió para siempre, y subida al escenario, tratando de arrullar unas notas, las comparaciones no eran odiosas, sino crueles. Finalmente su vuelta no ha sido posible, y desde ayer vuelve a haber otra habitación en un hotel de Beverly Hills asociada a la muerte de un cantante, otro lugar de peregrinación, otra maldita tumba de glamour y excesos asociada a la música.
Me gustaba Whitney, sí, pero mucho más la primera que la última. Salí horrorizado de El Guardaespaldas porque la película era muy mala y su canción principal, “I will always love you” era un prodigio de voz, pero no lograba emocionarme. Me gustaba mucho la primera, la más fresca, más Rythm & Blues que la diva en la que luego se convirtió, más parecida a otras que ya había. El tema que más me gustó de los suyos fue el de “I want dance with somebody who loves me” una canción fresca, optimista, vital, muy bien compuesta y mejor cantada, en la que Whitney sonreía a la par que entonaba como ninguna. Una pena que nunca encontrase la amorosa pareja de baile que ansiaba.
1 comentario:
Pues sí, es que encontrar una pareja de baile no es nada fácil...y si encima quieres que te ame ya ni te cuento...
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