El tema de conversación en estos días es el de la reforma laboral aprobada por el gobierno el pasado Viernes. No soy un experto en este tema, que es mucho más complejo de lo que parece, pero es evidente que el mercado de trabajo en España no funciona, e independientemente de que una reforma no crea empleo por sí sola, y de que la demanda no va a crecer en mucho tiempo, hay que intentar hacer algo que nos acerque a la legislación de los países de nuestro entorno, por lo que en principio le daré un voto de confianza. El tiempo dirá si el gobierno acertó en su planteamiento o no.
Lo que me parece claro de todas las declaraciones de sindicatos, patronal y gobierno que veo en estos días es que aún no parecen ser conscientes de la profunda catástrofe que se vive en el mundo del trabajo en España. Independientemente de que haya fraude en el paro registrado y estimado, que lo hay, el ciudadano español a pie de calle está aterrado ante la posibilidad de ser despedido, porque sabe que vive en uno de los países civilizados del mundo donde son menores las oportunidades de empleo y de encontrar una nueva ocupación. El paro en España es una condena por tiempo indefinido, a veces fijo. La situación está llegando a un extremo tal que asumimos como normal el absoluto fracaso que supone que la gente se largue del país para encontrar lo que aquí no hay. Sí, es un fracaso social, de las instituciones y de los muy mal llamados agentes sociales. Lo que ocurre es que a veces esa huída al exterior supone sustituir los problemas conocidos por otros quizá tan grandes pero, además, inesperados. Este Domingo El País publicaba un fascinante (y cruel) reportaje sobre un grupo de españoles, la mayor parte procedentes de la construcción, que animados por el idílico mundo que veían en el programa de TVE “Españoles por el mundo” se animaron a trasladarse a Bergen, Noruega, una ciudad de unos doscientos mil habitantes con ausencia total de paro y pobreza. Cargados de ilusiones, sueños, poco dinero y formación escasa, esperaban encontrar en ese destino el nuevo El Dorado, un lugar en el que trabajar y alcanzar el nivel de vida que habían visto en el reportaje de la televisión. Sin embargo muchos de ellos, transcurrido un tiempo desde que se encuentran allí, cuentan una película que no tiene nada que ver con lo que soñaban y, tengan por seguro, no será emitida en horario de máxima audiencia ni en TVE ni en otro canal. Solos, desamparados, en un ambiente hostil, en el que las temperaturas pueden bajar hasta cifras que ni somos capaces de imaginar, en una sociedad bastante cerrada y que habla un idioma completamente incomprensible, la mayoría relatan experiencias que empiezan con unos primeros días reambulantes por un Bergen de postal pero que acaban convirtiéndose en noches al raso, en buscar portales donde cobijarse para encontrar abrigo de un frío que no cesa, de conocer la mendicidad como forma de salir adelante, de emplear la caridad, cosa que muchos jamás habrían imaginado, para poder comer caliente una vez al día, de trabajos ilegales, realizados a escondidas, sin contrato ni garantía alguna. Cada una de las historias que allí se relatan son crudas, descarnadas y tristes, al menos esa es la percepción con la que acabé al leerlas. Sueños frustrados en medio del gélido viento norte, y el paraíso convertido en una pesadilla de frío y pobreza. La solidaridad entre ellos, la red que trataban de crear para protegerse en medio de esa batalla por la supervivencia era la única cara amable que se podía extraer de la historia, la única lección positiva. El resto no tenía nada de postal, y sí mucho de carta amarga.
Ayer por la noche, en el programa de la Brújula de Onda Cero, Alsina leyó un mensaje de una española residente en Holanda que había leído ese reportaje dominical, y que conocía también historias similares en la ciudad donde residía, y suplicaba a los españoles que no poseyeran formación, títulos y amplia experiencia laboral que, por favor, no viajaran allí, porque se iban a encontrar con el mismo panorama que mostraba el reportaje noruego. En fin, podrían esta semana los “agentes” leérselo y reflexionar hasta que punto estamos mal aquí como para que la gente acabe malviviendo en las cercanías del polo.
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