Es duro llegar al Viernes mirando atrás una semana en la que
se podía haber logrado algo de tranquilidad financiera y en al que, finalmente,
la
unión de la incompetencia y ceguera de todos los dirigentes europeos implicados
en ello ha acabado por frustrar toda esperanza. Deprimente panorama,
proclamo, a la manera de Forges. Dan ganas de huir muy lejos, esconderse y no
volver. O de buscar puntos de esperanza a los que agarrarse. Cuando comenzó
este 2012, que todos suponíamos malo, pero pocos tanto, yo tenía todas mis
ilusiones reservadas para principios de Agosto, fechas en torno a las cuales la
sonda marciana Curiosity llegaría a su destino.
Pues bien. Estamos a dos días de ese momento tan anhelado.
Si todo va bien, Curiosity y la nave en la que viaja, poco más que un escudo
térmico y una estructura de vuelo, entrarán en la atmósfera de Marte en la
noche del 5 al 6 de Agosto, en lo que va del Domingo al Lunes. Tras
prácticamente nueve meses de viaje, todo un embarazo, la sonsa tiene ya a Marte
dominando su horizonte, y se sigue acercando a él a una velocidad de entorno a
los seis kilómetros por segundo, tremenda, pero que indica, dado el tiempo
empleado para el viaje, las inmensas, inimaginables distancias del universo, y
Marte está aquí, justo enfrente… Como muchos de ustedes ya sabrán Curosity es
un rover, un vehículo de ruedas autopropulsado dotado de multitud de
instrumentos, cuyo objetivo es analizar la superficie del planeta no tanto para
encontrar restos de vida, sino sobre todo de agua, y conocer la composición de
la misma de la manera más exacta posible. Para sacarle el máximo rendimiento
posible se le ha enviado a una zona más “interesante” que las visitadas en
anteriores misiones exploratorias, el cráter
Gale, en el que se sospecha se pudieron producir sedimentos en un pasado
marciano caracterizado por la humedad. Este vehículo es el más grande y
complejo jamás enviado a plantea alguno. Tiene un tamaño similar a un coche de
los que vemos en nuestro día a día, pesa 700 kilos y tiene una altura máxima en
su cámara de observación ligeramente superior a los dos metros. Su peso y
dimensiones hacen que no pueda ser alimentado por paneles solares (Marte está
lo suficientemente lejos del sol como para que la intensidad recibida sea muy
escasa) por lo que lleva consigo un pequeño reactor nuclear capaz de
proporcionarle energía durante un tiempo estimado de 14 años, aunque es
probable que las duras condiciones de la superficie marciana hagan que su vida
sea inferior a esta cifra. Su peso, dimensiones y la necesidad de atinar en el
aterrizaje en el cráter escogido hacen que la maniobra de entrada en la
atmósfera marciana y la toma de tierra se conviertan en uno de los mayores
retos a los que ha hecho frente la exploración espacial. Freno aerodinámico en
la atmósfera, paracaídas, retrocohetes, descenso mediante cables… toda la
tecnología que uno sea capaz de concebir será puesta a prueba en los apenas
siete minutos que transcurrirán desde que la sonda penetre en la atmósfera
marciana hasta que el Rover toque suelo. La distancia de la Tierra a Marte
(ahora es de unos 14 minutos luz) impide dar órdenes a los vehículos que allí
se mandan y que estos puedan responder, por lo que toda la secuencia de
descenso está programada de forma automática y debe salir perfecta. Un fallo en
uno de los pasos y puede que toda la misión acabe convertida en un montón de
chatarra sobre la roja superficie marciana. La NASA ha elaborado un
fantástico vídeo sobre esos “7 minutos de terror” que pueden ver aquí, y que
supera en emoción a muchas películas, y ha creado una
doble versión friky con la narración de Will Wheaton (Big Bang Theory) y
William Shaltner (star Trek)
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