martes, agosto 14, 2012

El lío Vaticano se complica


De mientras vivimos la guerra económica europea, en un pequeño estado sito a las orillas del Tíber, frente a Roma, se lucha cuerpo a cuerpo en otra batalla cruel, sorda, y de la que apenas sabemos nada. Es el vaticano desde hace meses fuente de noticias que lo asimilan más a un clan mafioso que a una institución religiosa. Corrupciones, sobornos, escándalos, filtraciones, robos, traiciones… la cúpula de San Pedro es como la tapa de una inmensa olla a presión a punto de saltar por los aires de la manera más insospechada posible.

Lo último que se ha sabido de este caso, denominado Vatileaks en homenaje a la web de Julian Assange encargada de filtrar secretos oficiales, es que al único detenido por el escándalo, el mayordomo papal, se le v a unir un compañero, informático, y que ambos van a ser juzgados por traición y robo. Paolo Gabriele, el asistente, un íntimo en la camarilla personal de Ratzinger, fue detenido hace ya unos meses acusado de ser “el cuervo”, el traidor que filtraba documentos secretos del Vaticano a distintos medios de comunicación, documentos que hablaban de luchas intestinas de poder en la Santa Sede y el enfrentamiento de varios grupos de cardenales que, considerando al Papa actual como un hombre amortizado, se aprestaban a la lucha por el control de la institución. De aquellos escritos se deducía que la podredumbre, asociada habitualmente a los nichos de poder, había arraigado en el pequeño estado vaticano hasta alcanzar unas dimensiones monstruosas, y las revelaciones de supuesto intentos de asesinato de Benedicto XVI eran ya como la guinda de un pastel que era mucho más suculento y sabroso que cualquier novela que hubiera podido ser imaginada. La detención de Paolo quiso ser un cortafuegos para el escándalo, e inicialmente lo consiguió, pero la posterior dimisión del responsable de las finanzas vaticanas, entre acusaciones de soborno y blanquero de dinero, y testimonios por su parte de amenazas si contaba lo que sabías sobre el funcionamiento financiero de la Santa Sede y la conspiración de Paolo llevaron a todo el mundo a sospechar que, esta vez sí, el Vaticano se enfrenta a un grave problema interno que puede hacerle sufrir una de sus mayores crisis como institución. La noticia de ayer, en la que a Paolo se le une un informático como cómplice no aclara mucho las cosas, y sigue alimentando las especulaciones. Más allá de las crueles y apasionantes batallas que se libra en la institución (italianos frente a extranjeros, renovadores frente a conservadores, financieros frente a donantes, pederastas frente a denunciadores, etc) parece bastante obvio que Paolo y el chico de Windows son una cabeza de turco de todo el entramado corrupto, pero no queda nada claro de que turco estamos hablando. Una de las teorías sostiene que fueron empleados por los corruptores opuestos a Ratzinger para, desde su posición de acceso privilegiado, usarlos para hundirle y así lograr que Benedicto XVI deje el papado. Otra teoría sugiere que son plenamente leales a Ratzinger y que, viendo que perdían la batalla ante los usurpadores, optaron por destaparlo todo y que el escándalo acabase con la guerra, aunque ello supusiera su sacrificio como peones en el campo de batalla. Ambas teorías son plausibles, apasionantes, y abren nuevos y profundos interrogantes sobre lo que está pasando allí. Se ha consolidado la imagen de Tarsicio Bertone, Secretario de Estado Vaticano, como el “malo” de la película, defensor de los italianos y puede que futuro aspirante a la silla de San Pedro, pero aunque es probable que no sea trigo limpio, sospecho que todo es bastante más complicado.

Y en medio está el Papa, Ratzinger, un hombre mayor, cansado, estudioso, enemigo de las intrigas palaciegas, dominado por su cámara, que no ha sabido, podido, o no le han dejado, hacerse con el control de la institución, que languidece en imagen, presencia física y espíritu, y que ve como su papado se encamina hacia un final oscuro y deprimente. Desde el principio me dio la sensación de ser un hombre superado por el cargo y encerrado dentro del mundo vaticano. Ahora creo que ese encierro ya no es simplemente metafórico, y que Ratzinger es un prisionero que no puede escapar de la jaula más dorada que imaginarse uno pueda.

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