De mientras vivimos la guerra económica europea, en un
pequeño estado sito a las orillas del Tíber, frente a Roma, se lucha cuerpo a
cuerpo en otra batalla cruel, sorda, y de la que apenas sabemos nada. Es el
vaticano desde hace meses fuente de noticias que lo asimilan más a un clan
mafioso que a una institución religiosa. Corrupciones, sobornos, escándalos,
filtraciones, robos, traiciones… la cúpula de San Pedro es como la tapa de una inmensa
olla a presión a punto de saltar por los aires de la manera más insospechada
posible.
Lo último que se ha sabido de este caso, denominado Vatileaks
en homenaje a la web de Julian Assange encargada de filtrar secretos oficiales,
es que al
único detenido por el escándalo, el mayordomo papal, se le v a unir un
compañero, informático, y que ambos van a ser juzgados por traición y robo.
Paolo Gabriele, el asistente, un íntimo en la camarilla personal de Ratzinger,
fue detenido hace ya unos meses acusado de ser “el cuervo”, el traidor que
filtraba documentos secretos del Vaticano a distintos medios de comunicación,
documentos que hablaban de luchas intestinas de poder en la Santa Sede y el
enfrentamiento de varios grupos de cardenales que, considerando al Papa actual
como un hombre amortizado, se aprestaban a la lucha por el control de la
institución. De aquellos escritos se deducía que la podredumbre, asociada
habitualmente a los nichos de poder, había arraigado en el pequeño estado
vaticano hasta alcanzar unas dimensiones monstruosas, y las revelaciones de
supuesto intentos de asesinato de Benedicto XVI eran ya como la guinda de un
pastel que era mucho más suculento y sabroso que cualquier novela que hubiera podido
ser imaginada. La detención de Paolo quiso ser un cortafuegos para el escándalo,
e inicialmente lo consiguió, pero la
posterior dimisión del responsable de las finanzas vaticanas, entre acusaciones
de soborno y blanquero de dinero, y testimonios por su parte de amenazas si
contaba lo que sabías sobre el funcionamiento financiero de la Santa Sede y la
conspiración de Paolo llevaron a todo el mundo a sospechar que, esta vez sí, el
Vaticano se enfrenta a un grave problema interno que puede hacerle sufrir una
de sus mayores crisis como institución. La noticia de ayer, en la que a Paolo
se le une un informático como cómplice no aclara mucho las cosas, y sigue
alimentando las especulaciones. Más allá de las crueles y apasionantes batallas
que se libra en la institución (italianos frente a extranjeros, renovadores
frente a conservadores, financieros frente a donantes, pederastas frente a
denunciadores, etc) parece bastante obvio que Paolo y el chico de Windows son una
cabeza de turco de todo el entramado corrupto, pero no queda nada claro de que
turco estamos hablando. Una de las teorías sostiene que fueron empleados por
los corruptores opuestos a Ratzinger para, desde su posición de acceso privilegiado,
usarlos para hundirle y así lograr que Benedicto XVI deje el papado. Otra teoría
sugiere que son plenamente leales a Ratzinger y que, viendo que perdían la
batalla ante los usurpadores, optaron por destaparlo todo y que el escándalo
acabase con la guerra, aunque ello supusiera su sacrificio como peones en el
campo de batalla. Ambas teorías son plausibles, apasionantes, y abren nuevos y
profundos interrogantes sobre lo que está pasando allí. Se ha consolidado la
imagen de Tarsicio Bertone, Secretario de Estado Vaticano, como el “malo” de la
película, defensor de los italianos y puede que futuro aspirante a la silla de
San Pedro, pero aunque es probable que no sea trigo limpio, sospecho que todo
es bastante más complicado.
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