lunes, agosto 13, 2012

Hopper o la soledad


Seguro que a muchos de ustedes esta sensación les es familiar, sean residentes en una gran ciudad o no. Pasean por sus calles, comercios, plazas, siempre repletas de gente, pero curiosamente se sienten completamente solos, como si cada una de esas personas con las que no dejan de cruzarse no fueran otra cosa que atrezzo, decoración incorporada. Y es que la mayor de las soledades se vive cuando uno está completamente rodeado de personas. Yo vivo esa experiencia muy amenudo en mi día a día, y no si usted también. Si es el caso, y no sabe como expresarla, Hopper la ha retratado con perfección de maestro.

Edward Hopper es la estrella de la exposición veraniega del Thyssen de este año, y desde aquí les recomiendo encarecidamente que vayan a verla. A muchos de ustedes seguro que les suena un cuadro suyo, bien el de ese velero que sobre fondo azul navega plácido en una escena de verano muy de estilo Sorolla o el de esa mujer sola en una habitación que mira a la luz de la ventana, con la mirada perdida. Hopper dibuja y pinta muy bien, y para comprobarlo no hace falta más que fijarse en sus preciosas acuarelas, objeto de culto para cualquier arquitecto amante de la casa americana, o sus lienzos, estampas de color vivo que llenan la estancia con su presencia y mensaje. Pero sobre todo Hopper pinta solitarios. Hay algunos de tipo paisajístico, pero en la mayoría de sus cuadros aparecen personas, pero que no se muestran nada humanas cuando aparecen en grupo, mientras que destilan una humanidad y desvalidez inmensa cuando están solos. Los retratados en los cuadros de Hopper no son identificables, son “mujer en uan habitación”, “hombres al sol” o “pareja en el porche de la casa”. Mantienen un absoluto anonimato y, de lo que se perfila de sus rostros, poco se puede deducir respecto a sus vidas y milagros. En la mayoría de los casos destilan apatía, tristeza y cierto hastío vital. Y esa sensación se acrecienta cuando uno se da cuenta de que el retratado nunca mira a la cámara, por usar una expresión cinematográfica que le pega muy bien al estilo del pintor norteamericano. En efecto, parece como si los personajes pasaran por allí, sin ser conscientes de que el artista estaba componiendo la escena, como si fueran coches que se cruzan en nuestra visión cuando miramos un lado de la carretera desde el lado opuesto. Así, su presencia es enigmática, cautivadora, pero triste y vacía. Son personajes más que personas, y se funden con el entorno ofreciendo una sensación de impersonalidad que refleja de maravilla la angustia y forma vital que se desarrolla en las urbes en las que vivimos, que en EEUU se empezó a sentir antes que en la vieja Europa, y que Hopper logra captar con toda su crudeza. Es la ciudad el lugar preferido del autor para explayarse, conjuntos de edificios más o menos impersonales, colmenas de bloques en las que viven individuos anónimos, grises, con historias personales que son sometidas a la uniformidad de la vida moderna. Las imágenes de interiores muestran habitaciones neutras, despersonalizadas, más propias de un hotel que de una residencia, con moradores perdidos, abúlicos, y en una actitud que no se sabe hasta que punto es de meditación o de postración ante la rutina vital. En muy pocas de sus obras logramos ver los ojos del personaje, su mirada. Vemos, al contrario que en muchos otros casos, lo que el retratado está viendo, y es tan poca cosa, tan rutinaria, que nos deja aún más sorprendido ante el vacío que experimentamos al observar la pintura en su conjunto.

La técnica del autor es en apariencia sencilla, pero logra unas texturas y colores fascinantes, y con un grado de detalle sorprendente. Atardeceres naranjas como los que en Madrid se suelen ver los refleja de maravilla, al igual que el rojo luminoso de los surtidores de gasolina, o el gris de las azoteas de Nueva York. O el inmenso azul del mar en el que ese velero navega rumbo al placer y el descanso. Si tienen una oportunidad vayan a verlo, y sino, escápense y verán como esa sensación de congoja interior que a veces nos asalta en medio del tumulto diario tiene una expresión visual en la obra de un genio llamado Edward Hopper.

1 comentario:

peich dijo...

Mágnifica reseña de la exposición, muy buen reflejo de las sensaciones que produce. Y totalmente de acuerdo: la mayor de las soledades se produce cuando uno está rodeado de personas.
Que tengas muy buen lunes y 13.
Saludos,