Los últimos días hemos celebrado el enorme éxito que ha
supuesto la llegada de Curiosity a Marte, un reto tecnológico difícil de
entender en toda su magnitud y complejidad, pero que ha sido superado. Sin
embargo la tecnología nos puede fallar, está hecha por humanos y por tanto
posee debilidades. Se dice que una cadena es tan fuerte como el más débil de
sus eslabones, y a medida que diseñamos procesos y sistemas más y más complejos
el número de eslabones crece sin fin y con ello los riesgos de fallos sistémicos
graves. Y entonces nuestra vida, completamente dependiente de la tecnología, se
derrumba.
Algo así sucedió en la India hace un par de semanas, aunque
pese a la magnitud de la noticia no se le dio relevancia alguna. Es curioso, más
de mil millones de personas viven en la India y sale en las noticias cuando hay
atentados o lluvias torrenciales, con pocas excepciones. Allí
a finales de Julio un colapso de la red de suministro eléctrico dejó sin
corriente a más de 600 millones de personas. Sí, seiscientos millones, dos
veces Europa para entendernos. Fallos que se estaban registrando en la red
desde días anteriores provocaron sobrecargas que no pudieron ser bloqueadas a
tiempo y acabaron por derrumbar todo el sistema. Grandes ciudades como Nueva
Delhi o Calcuta se quedaron sin semáforos y sin iluminación de ningún tipo. En
las zonas rurales del país, donde el suministro es inestable y el limitado
grado de desarrollo hace que los electrodomésticos no sean tan comunes como las
personas los efectos han sido menores, pero en los grandes núcleos urbanos el
colapso ha sido total. Sistemas de metro y trenes de cercanías quedaron
inoperantes, impidiendo a millones de personas salir y entrar a las urbes y
bloqueándolas en sus casas o su trabajo. Una situación de pesadilla si se tiene
en cuenta que la electricidad nos sirve para todo. Mueve los ascensores que nos
elevan a los pisos altos de las viviendas y oficinas (yo trabajo en un 19 y sin
ascensor mi vida se iba a ver muy perjudicada) alimenta las bombas que
suministran agua a nuestras casas, sirve para encender los calentadores de agua
con los que nos duchamos, hace que nuestras neveras conserven la comida con la
que nos alimentamos cada día, permite que este mundo de Internet tan
maravilloso siga vivo, porque la falta de corriente nos demostrará hasta que
punto son insuficientes las baterías de los dispositivos móviles, y el no poder
cargarlos los convertiría en pocas horas en un objeto decorativo sin más uso
que el del juguete con el que reflejar el sol que incide en su pantalla… un par
de horas sin luz y la regresión vital que experimentaríamos sería de una década,
un día sin suministro y retrocederíamos a los años sesenta, varios días sin
corriente y la civilización, tal y como la conocemos, se derrumbaría en medio
del más absoluto de los caos, envuelta en un día caótico y una noche oscura y
aterradora como nunca la hemos conocido en nuestra vida diaria. Si lo que ha
sucedido en la India hubiera pasado en Europa o EEUU estaríamos ante una de las
noticias más impactantes del año. Ni se hablaría de la prima de riesgo, en
otras cosas porque sin electricidad los mercados financieros no funcionan, los
televisores son trastos inútiles y sólo los transistores a pilas servirían para
enterarse de lo que pasa, y les aseguro que al segundo día sin suministro la
economía ya no sería el tema de portada. Una situación divertida, en el momento
del corte, con muchos inconvenientes prácticos, degeneraría en pocas horas en
un desastre difícil de imaginar.
¿Qué quiere decir esto? Muchas cosas. Sobre todo que hay que
realizar las labores de mantenimiento de los sistemas que nos sostienen vivos
como sociedad avanzada sin descanso. Agua, luz, saneamientos, logística, etc
son cosas en las que no nos fijamos pero constituyen la base de nuestra vida. Otra
lección profunda es que cuando más dependamos de sistemas como estos más
vulnerables seremos ante su caída, destrucción accidental o ataque
intencionado. Aunque no nos lo parezca la fragilidad del mundo en el que
vivimos es inmensa y me parece que, a medida que crecemos en dimensión y complejidad,
esta fragilidad aumenta, curiosamente.
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