martes, agosto 21, 2012

Grandezas y miserias en Alcántara


Tras pasar un puente corto en Extremadura, tirando de un día de vacaciones, y pasar mucho calor, llegué anoche a Madrid y me recibió un calor aún más denso del que dejé en la provincia de Cáceres. Han sido tres días agradables en compañía de unos amigos, que poseen casa en un pequeño pueblo cercano a Trujillo. El Sábado, y dado que todas las zonas cercanas a la localidad ya las teníamos exploradas, organicé una excursión hasta Alcántara, localidad sita bastante lejos, junto al Tajo y la frontera portuguesa, donde está el puente romano.

Y es que ese puente es una de esas cosas que hay que ver al menos una vez en la vida. Formado por seis ojos, construido íntegramente con sillares de granito, el puente posee unas dimensiones formidables y hoy en día, dieciocho siglos después de su construcción, sigue soportando el tráfico de la carretera local que discurre a lo largo de las dos orillas del río. Su anchura es equivalente a dos carriles de tráfico actuales, y su altura alcanza los setenta metros sobre el nivel del río en el punto de desnivel más alto. El motivo de hacer un puente tan grande se deriva de las crecidas del Tajo, que en sus buenos tiempos alcanzó niveles que casi desbordan la altura de la construcción romana. Sin embargo, desde la construcción de la presa de Alcántara a finales de los sesenta el cauce del río permanece regulado y ya no sufre oscilación alguna, siendo esta quizás la mejor garantía de supervivencia del puente por muchos más siglos. La presa se contempla desde el puente, dado que esta pocos cientos de metros más arriba del cauce del río, y se puede subir en coche hasta un mirador y acceso que permite ver el embalse en toda su extensión y, en medio de la sequía que vivimos, toda su capacidad desaprovechada. Es un paisaje lunar, un sitio en el que no hay nadie, y en el que una serie de edificios abandonados, puede que construidos para dar servicio a los trabajadores que hicieron la presa, contribuyen a dar la sensación de que uno se encuentra en algo muy parecido al final del mundo. Ya de vuelta a Alcántara pueblo, comimos en un restaurante local y por la tarde fuimos a la visita guiada al convento de San Benito, edificio inconcluso de preciosa fábrica que estaba destinado a ser iglesia catedralicia y que acabó convertido en anexo a la plaza del pueblo. Su claustro, refectorio y algunas estancias dan gloria y lustre de lo que debió ser en el pasado, pero el edificio eclesial, ya desacralizado, inconcluso y desnudo, es un magnífico ejemplo de la historia, de expolio, incultura y desidia que ha caracterizado la vida de muchos de los monumentos españoles a lo largo de nuestra historia, y que sólo en estos últimos años estamos empezando a corregir. Paredes vacías, en las que ornamentos, y filigranas fueron arrancadas por su valor, utilidad o simple capricho, la base de soporte del antiguo órgano, convertida en un amasijo de maderas podridas y arruinadas que amenaza desplome inminente, y proyectos de arreglo y limpieza que chocan continuamente con el eterno desacuerdo de las variadas administraciones implicadas en la conservación de la nave religiosa. El resto de la edificación, en las privadas manos de Iberdrola, presenta un buen estado de conservación y de uso, siendo así que una simple puerta de cristal es la frontera entre la conservación y la desidia, el interés y el abandono, la luz y la sombra, y todo ello en el mismo complejo. Alucinante pero muy triste.

Al salir del pueblo rumbo a otro destino, el paisaje es muy similar al que encontramos al llegar desde otra carretera. Infinitas extensiones desoladas, sin árboles, yermas y resecas, abandonadas por completo. Pudiera ser esa una impresión errónea del viajero que no conoce el lugar que pisa, pero cuando en la comida el señor que nos servía, un jubilado local que trabajaba en le restaurante familiar, nos dijo que las 60.000 hectáreas del municipio no se utilizan para nada la sensación de desperdicio sólo es comparable a la de penar que produce verlo. Así, resume Alcántara lo mejor y lo peor de la tradición española, brillante cuando se pone a hacer grandes obras, y patética cuando se deja abandonar a la desidia. Aleccionador.

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