Si ayer glosé la figura de Armstrong desde su vertiente
técnica y espacial, quiero hoy fijarme en el lado humano del personaje, en su
actitud ante la vida, y cómo fue en el día a día de su vida en la tierra en
donde mostró sus mayores rasgos de heroísmo. Visto en retrospectiva, y
contemplándolo desde nuestra sociedad, en la que los valores materiales lo son
todo, en la que la gente mata por conseguir un minuto de fama y en la que la
hipocresía se ha hecho con el mando de todo, su vida es un absoluto sinsentido.
Una maravilla, diría yo, una locura dirían muchos otros.
Y es que, pese a que se me antoja imposible, imaginémonos la
situación. Tras la llegada a la Luna en 1969, Armstrong, Aldrin y Collins son
héroes nacionales en EEUU, son recibidos como tales por el presidente Nixón y
se pasean por las ciudades envueltos en descapotables y bañados en confeti y
aplausos. En el resto del mundo el grado de admiración es similar. Pasan en
unas horas de ser unos sacrificados astronautas, que han dedicado toda su vida
a la carrera espacial, con el sacrificio personal que ello les ha supuesto, a
ser adorados por miles, millones de personas, que los vitorean a cada paso. El
nombre de Armstrong es el más aclamado por ser el comandante de la misión y por
haber sido el primer humano en pisar otro mundo. Fascinante. Imagínenselo.
Todas las ofertas de trabajo, negocio, contratos publicitarios y de
representación que imaginarse uno pueda empiezan a lloverle a Neil como caídos
del cielo del que provenía hace unos pocos días. Sin duda miles de mujeres se
le ofrecen, tentadas de pasar una noche con el héroe lunar y futuro nuevo rico
de América, políticos de uno y otro signo empiezan a adularle para que se una a
sus equipos para ser alcalde, o gobernador de algún estado… En aquellos
momentos Armstrong tenía el mundo a sus pies, todo lo que un hombre pudiera
soñar para satisfacer sus necesidades materiales o de ego se le ofrecía
multiplicado hasta el infinito y más allá, como diría luego el bueno de Buzz
Lightyear (en homenaje a “Buzz” Aldrin) Además Armstrong podía mostrarse
orgulloso en público de su hazaña porque en verdad era increíble lo que había
logrado. Junto a miles de técnicos y empleados, había encabezado la misión, sus
manos habían guiado de manera precisa el módulo lunar hasta posarlo sobre la
polvorienta Luna y él había bajado el primero por la escalerilla. Nadie se
hubiera extrañado que mostrase orgullo, satisfacción y ganas de celebrar su
triunfo. En aquel momento era la persona más admirada y envidiada del mundo, y
sólo tenía que alargar un poco su mano para alcanzar el poder y la riqueza y,
en parte, el control de ese mundo. Sin embargo Armstrong no hizo nada de eso.
Renunció a toda la fama, homenajes y actos de adulación, rechazó todas las
ofertas empresariales que se le hicieron, nunca fue infiel a su esposa y jamás
se enorgulleció en público del inmenso éxito que coronó su carrera profesional.
En 1971 se retiró de la NASA y se incorporó al personal de la Universidad de
Cincinnati, en su Ohio natal. Posteriormente tuvo algunos cargos de
representación en empresas relacionadas con la industria aeroespacial, pero
rechazó homenajes y entrevistas en televisión, y su perfil bajo se fue
acrecentando con los años, y sus apariciones públicas escasearon, siendo
de las últimas la que tuvo lugar hace un año en Canarias en el marco del
festival Stardust.
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