Quiero acabar esta semana, que ha sido la del triunfo
tecnológico del Curiosity con la gesta de si aterrizaje en Marte, con una
visión del pasado, muy distinta, pero que también muestra las grandezas del ser
humano cuando se dedica en profundidad a crear belleza y, en el caso que nos
ocupa, a conservarla y estudiarla. Retrocedamos poco menos que dos milenios
desde los áridos pedregales marcianos y vayámonos a la comarca de la vega
palentina, en medio de casi nada, en el camino de Carrión de los Condes, muy
cerca de Saldaña. Allí aguarda
una joya nuestra espera.
Llevaba tiempo queriendo ir a visitarla, entre otras cosas
porque una compañera de trabajo, NPB, vecina de Saldaña, conoció a Javier
Cortes, que fue el lugareño que la descubrió por casualidad hace ya muchos
años, y constantemente me cantaba las maravillas de aquel sitio y el genio y
bondad del señor Cortes que, frente a la actitud pasota o incluso destructiva
de muchos otros, se dio cuenta de que había encontrado un tesoro, y dedicó el
resto de su vida a excavar, limpiar y averiguar qué secretos se ocultaban bajo
su campo de cultivo. Con el paso de los años se descubrieron mosaicos
maravillosos, tanto de cenefas decorativas como de escenas mitológicas, que
formaban parte de la decoración de la villa. Dado que esta vez he venido en
coche a Madrid tenía los medios necesarios para desplazarme hasta allí, y eso
es lo que hice el sábado pasado, en un largo viaje en el que atravesé la
Comunidad de Madrid y gran parte de la de Castilla y León, hasta llegar al
lugar en el que se encuentra la villa, en Pedrosa de la Vega, a unos 300 kilómetros de
Madrid. El emplazamiento de la villa ha sido sometido a una profunda obra de
mejora en estos últimos años, y todo el conjunto de la excavación ha sido
confinado en un contenedor de hormigón y acero corten diseñado por el estudio
de Paredes y Pedrosa. Este envoltorio sostiene, junto a una serie de pilares
estilizados, una bóveda trenzada que cubre todo el asentamiento, impidiendo que
la lluvia o cualquier otro fenómeno meteorológico puedan alterar el estado de
conservación del yacimiento. Desde fuera el aspecto del conjunto es imponente
pero, gracias al diseño contenido del volumen, no avasalla, se integra
perfectamente en el entorno, y pese a su evidente modernidad, no es una de esas
obras que a uno le echan para tras, más bien todo lo contrario, invita a
penetrar, a cercarse, le llama y convoca a la reflexión. Una vez que se cae en
la tentación de hacerlo, contemplar el conjunto de la villa es un espectáculo
en sí mismo. Miles de metros cuadrados de mosaico se muestran bajo nuestros
ojos, que los observan subidos a unas pasarelas sitas no muchos centímetros
sobre el suelo, y la estructura de la villa se intuye perfectamente entre los
restos de paredes y estancias que han llegado hasta nosotros. La visita guiada,
que se realiza cada hora en punto, en mi caso fue de mucha utilidad, porque la
chica que nos llevó se explayó en muchas anécdotas sobre la vida real, o
supuesta, que todo no se sabe, que se desarrollaba en la casa, pudiendo así el
visitante poner en su contexto lo que veía. No son sólo piedras, es un comedor,
no son sólo agujeros en el suelo, es una gloria para calefactarlo, no son unos
peldaños, sino el arranque de una escalera a un piso superior de habitaciones que
ya no existe, y así poco a poco el visitante acaba sumergido en la época romana
y se da cuenta que ya entonces casi todas las cosas que damos por habituales en
nuestra vida eran conocidas, y que pese al salto temporal inmenso, no nos sentíamos
muy ajenos a la vida que allí se nos narraba.
Hace
unas semanas el genio de Muñoz Molina relataba la experiencia que supuso para él
visitar la villa, en la inmejorable compañía de los arquitectos que han
diseñado el edificio envoltorio actual. Contrastaba en su escrito la fealdad de
las construcciones que veía en el camino y el contraste con la maravilla del
destino y su fascinación por lo que albergaba. La misma sensación de belleza,
sosiego y paz que Molina relata en su artículo la sentí yo en esa joya de la
Olmeda, bajo esas cúpulas trenzadas y sobre esos mosaicos que, desde abajo, te
miran desde el más remoto de los pasados y te reflejan una vida que de tan real
que parece se te antoja fantástica.
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