viernes, agosto 10, 2012

La villa romana de La Olmeda (para NPB)


Quiero acabar esta semana, que ha sido la del triunfo tecnológico del Curiosity con la gesta de si aterrizaje en Marte, con una visión del pasado, muy distinta, pero que también muestra las grandezas del ser humano cuando se dedica en profundidad a crear belleza y, en el caso que nos ocupa, a conservarla y estudiarla. Retrocedamos poco menos que dos milenios desde los áridos pedregales marcianos y vayámonos a la comarca de la vega palentina, en medio de casi nada, en el camino de Carrión de los Condes, muy cerca de Saldaña. Allí aguarda una joya nuestra espera.

Llevaba tiempo queriendo ir a visitarla, entre otras cosas porque una compañera de trabajo, NPB, vecina de Saldaña, conoció a Javier Cortes, que fue el lugareño que la descubrió por casualidad hace ya muchos años, y constantemente me cantaba las maravillas de aquel sitio y el genio y bondad del señor Cortes que, frente a la actitud pasota o incluso destructiva de muchos otros, se dio cuenta de que había encontrado un tesoro, y dedicó el resto de su vida a excavar, limpiar y averiguar qué secretos se ocultaban bajo su campo de cultivo. Con el paso de los años se descubrieron mosaicos maravillosos, tanto de cenefas decorativas como de escenas mitológicas, que formaban parte de la decoración de la villa. Dado que esta vez he venido en coche a Madrid tenía los medios necesarios para desplazarme hasta allí, y eso es lo que hice el sábado pasado, en un largo viaje en el que atravesé la Comunidad de Madrid y gran parte de la de Castilla y León, hasta llegar al lugar en el que se encuentra la villa, en Pedrosa de la Vega, a unos 300 kilómetros de Madrid. El emplazamiento de la villa ha sido sometido a una profunda obra de mejora en estos últimos años, y todo el conjunto de la excavación ha sido confinado en un contenedor de hormigón y acero corten diseñado por el estudio de Paredes y Pedrosa. Este envoltorio sostiene, junto a una serie de pilares estilizados, una bóveda trenzada que cubre todo el asentamiento, impidiendo que la lluvia o cualquier otro fenómeno meteorológico puedan alterar el estado de conservación del yacimiento. Desde fuera el aspecto del conjunto es imponente pero, gracias al diseño contenido del volumen, no avasalla, se integra perfectamente en el entorno, y pese a su evidente modernidad, no es una de esas obras que a uno le echan para tras, más bien todo lo contrario, invita a penetrar, a cercarse, le llama y convoca a la reflexión. Una vez que se cae en la tentación de hacerlo, contemplar el conjunto de la villa es un espectáculo en sí mismo. Miles de metros cuadrados de mosaico se muestran bajo nuestros ojos, que los observan subidos a unas pasarelas sitas no muchos centímetros sobre el suelo, y la estructura de la villa se intuye perfectamente entre los restos de paredes y estancias que han llegado hasta nosotros. La visita guiada, que se realiza cada hora en punto, en mi caso fue de mucha utilidad, porque la chica que nos llevó se explayó en muchas anécdotas sobre la vida real, o supuesta, que todo no se sabe, que se desarrollaba en la casa, pudiendo así el visitante poner en su contexto lo que veía. No son sólo piedras, es un comedor, no son sólo agujeros en el suelo, es una gloria para calefactarlo, no son unos peldaños, sino el arranque de una escalera a un piso superior de habitaciones que ya no existe, y así poco a poco el visitante acaba sumergido en la época romana y se da cuenta que ya entonces casi todas las cosas que damos por habituales en nuestra vida eran conocidas, y que pese al salto temporal inmenso, no nos sentíamos muy ajenos a la vida que allí se nos narraba.

Hace unas semanas el genio de Muñoz Molina relataba la experiencia que supuso para él visitar la villa, en la inmejorable compañía de los arquitectos que han diseñado el edificio envoltorio actual. Contrastaba en su escrito la fealdad de las construcciones que veía en el camino y el contraste con la maravilla del destino y su fascinación por lo que albergaba. La misma sensación de belleza, sosiego y paz que Molina relata en su artículo la sentí yo en esa joya de la Olmeda, bajo esas cúpulas trenzadas y sobre esos mosaicos que, desde abajo, te miran desde el más remoto de los pasados y te reflejan una vida que de tan real que parece se te antoja fantástica.

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