jueves, agosto 23, 2012

Se nos quema el país y no pasa nada


Parece que, por fin, después de unos cuantos días de calor insoportable, la ola sahariana que sufrimos desde finales de la semana pasada se marcha de España, poco a poco, eso sí, pero empieza a irse. Dos o tres grados menos al día que harán la vida más respirable y uno o dos por noche que ayudarán a que las camas de las casas no sean potros de tortura en los que dar vueltas sin fin. Lo que no se ve a corto o medio plazo es lluvia, la tan deseada y necesitada lluvia, de la que muy poco hemos visto en este reseco año 2012.

Esta adversa climatología, que hace que arrastremos un déficit de precipitación desde el seco invierno, unida a la desidia general ante la naturaleza, la imprudencia, la mala fe o la simple delincuencia, han hecho que este año el número de incendios forestales se dispare y alcance proporciones difíciles de imaginar. Llevamos ya unas 150.000 hectáreas quemadas, una barbaridad, y nombres como La Gomera, Castrocontrigo, Palamós o Barco de Ávila se asocian este verano, junto con el de muchas otras localidades, a llamas, fuego, helicópteros e hidroaviones de carga, retenes forestales y destrucción, enorme e irreparable destrucción. También tenemos que contabilizar las no pocas personas que han fallecido en la extinción de estos fuegos, algunos brigadistas o militares profesionales, otros ayudantes, y algunos que se vieron rodeados por las llamas y murieron al tratar de escapar, como el terrible caso el padre y su hija que fallecieron al caerse de un acantilado en Gerona hace un mes cuando el fuego les rodeó. Y no podemos evitar pensar en el desastre económico que suponen los incendios, en los miles, millones de euros que cuesta su extinción, en la pérdida de valiosa masa forestal, de paisaje, de valor turístico, de recursos, de residencias y propiedades. Un incendio es una catástrofe y una ruina para la población que lo sufre, y puede ser una tragedia humana si alguno de los vecinos fallece, pero es una tragedia con el resto de calificativos imaginables si, Dios no lo quiera, no hay vidas humanas perdidas. Sin embargo, y pese a todo este rosario de calamidades asociadas al fuego, seguimos contemplando con pasividad los incendios, con algo de susto, pero sin la menor conciencia del daño y desastre que suponen. Las administraciones públicas muestran, año tras año, su incompetencia y descoordinación a la hora de atajarlos y su prestancia a echarse las culpas unos a otros, y este año, con tanto incendio, más. Los pirómanos, sean dementes, buscadores de terrenos baratos, buscadores de venganza o lo que fuera, siguen quedando impunes y las penas de cárcel que se imponen, si las hay, siguen siendo ridículas. De hecho el número de detenidos en relación a los incendios producidos es tan bajo que da la sensación de que la policía tampoco se toma en serio este asunto, como si fuera una catástrofe natural del estilo de una riada, en la que buscar culpables tiene poco sentido. No puede ser que robar una tienda tenga una elevada pena y prender fuego al monte y arruinar a un pueblo salga gratis. No. En esta materia tenemos aún todo por hacer, siguiendo por las autoridades, pero empezando por la conciencia social. El terrorismo forestal es eso, terrorismo, y hasta que no lo veamos así no cambiaremos nada.

España es un país árido, desértico en muchas de sus regiones, propenso a duros ciclos de sequía como el que estamos atravesando, en el que cada árbol tiene un valor inmenso y que no podemos permitirnos el lujo de destruir. Ver una imagen como esta de la NASA en la que se señalan los incendios habidos en Europa en lo que llevamos de verano debe inducir a la reflexión de todos. Si en los países nórdicos el fuego es grave, pero el clima ayuda a regenerar el bosque, un incendio en España puede convertir un vergel en un desierto en pocos años. Debemos cambiar de mentalidad, debemos pasar a la acción contra el fuego y sus causantes. Nos va el país y nuestro futuro en ello.

Me cojo de vacaciones el Viernes y el Lunes. Sean felices y hasta el Martes 28

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