martes, agosto 28, 2012

Neil Armstrong, que estás en el cielo


El 20 de Julio de 1969 Neil Armstrong fue el primer ser humano que, puesto de pie sobre un suelo sólido, contemplo la tierra en su totalidad. Fue el primero que pisó otro planeta que no fuese el único que han conocido los humanos, y con él todos los humanos rompimos la gran barrera del espacio. Lo que hizo Armstrong ese día no lo había hecho nunca nadie, jamás. Su gesta es tan admirable como difícil de asimilar, y vista desde hoy se antoja aún más meritoria. La muerte de Armstrong el pasado sábado deja un hueco imposible de llenar.

Armstrong sabía, sin embargo, que él era una pieza más, importante y fundamental, pero una pieza, de la inmensa maquinaria de ingeniería, propaganda y tecnología que desarrolló el gobierno norteamericano en los años sesenta para llegar hasta la Luna, con el objetivo de batir a la URSS y dejar claro quién era la superpotencia dominante. Su capacidad técnica, experiencia de vuelo, conocimientos y maestría eran indudables, pero de no existir ese contexto político que se denominó guerra fría probablemente los Apollo no se hubieran diseñado nunca y Armstrong no hubiera puesto sus pies en el mar de la tranquilidad de la Luna. Pero sucedió. Estuvo en el momento adecuado y con los conocimientos necesarios, y su gesta culminó el esfuerzo de toda una nación que puso lo mejor de sí misma para poder alcanzar la Luna. Esa década de los sesenta es, vista en perspectiva, gloriosa para los EEUU y lo que llamamos occidente. Años de continua, creciente e imparable prosperidad que cambiaron la sociedad por completo, la vida en los hogares y la forma de trabajar y vivir en las nuevas ciudades. Incluso en naciones atrasadas y sometidas a regímenes prehistóricos como España los sesenta fueron años dorados. Luego llegarían los setenta, con Vietnam, la crisis del petróleo, y la frustración de muchos sueños pero en aquellos momentos todo parecía posible. Y los cohetes de la NASA espoleaban la imaginación de niños y adultos en todo el mundo. Cada vez más grandes y complejos, llegaban lejos, muy lejos, y las primeras órbitas lunares, completadas en 1968, dejaron claro que la maquinaria estaba preparada para conseguir el logro de aterrizar en nuestro satélite. Cada año que pasaba el objetivo estaba más cerca y el progreso no parecía detenerse nunca. Al calor del programa Apollo los escritores de ciencia ficción, y los divulgadores serios, empezaron a vislumbrar una nueva época en la que los viajes espaciales fueran algo tan rutinario como los ya comunes vuelos trasatlánticos, y una vez alcanzada la Luna vivir allí o en otros planetas se antojaba el paso natural. Cómics, películas y libros relataban las andanzas de los residentes en el espacio, y plataformas como las del Apollo crecían en la imaginación de los residentes de muchas ciudades como relevo a los aeropuertos, que ya se habían convertido en algo familiar. Y fue Armstrong la encarnación de ese sueño, los ojos, al cara y la sonrisa del hombre, del ciudadano, del norteamericano, que no conoce límites, que llega hasta donde se lo propone y alcanza el futuro con la mano si estira el brazo lo suficiente. Ese 20 de Julio de 1969 Armstrong se convirtió en el ser humano más importante de la historia.

Cuarenta y tres años después, en el fin de semana de su muerte, a los 82 años, por problemas coronarios, la gesta que logró Armstrong gana valor día a día si analizamos, desde nuestra suficiencia tecnológica, los medios con los que se desarrollaron las misiones lunares, y el estancamiento absoluto del programa espacial tripulado nos deja cada día más lejos de aquellos sueños, fantasías, de vida en otros planetas y satélites y, sobre todo, nos sonroja, al mostrarnos la ambición, impulso y ganas que había en el aquel proyecto Apollo, y la tacañería, miedo y falta de ilusión con la que ahora contemplamos la carrera espacial. Armstrong se merece una ciudad en la Luna con su nombre, y miles de colegios en la tierra. Quizás haya algunos de los segundos ¿para cuándo la ciudad?

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